Como los grandes artistas, José Bedia (La Habana, Cuba, 1959), construye espejos en los que nos podemos ver con muy diferentes aspectos y así aprender un poco más de nosotros mismos. No es aventurado llegar a decir que su objetivo se sitúa en enriquecer a las personas ayudándolas a comprender que hay muchas formas de vida diferentes y que de todas se aprende a construir seres humanos en plenitud.
Bedia basa su trabajo en un tratamiento
crítico y antropológico de pueblos y culturas con orígenes ancestrales
en su mayoría. Muchas de sus obras están inspiradas en tradiciones
afrocubanas vivas actualmente en su país, pero también estudia y trabaja
sobre culturas de origen amerindio como los siux, yakis, cheroquis u
originarias de América Latina, Australia u Oceanía. Esto es, sobre
culturas no occidentales.
En muchísimas ocasiones Bedia convive con
estas personas tratando de empaparse verdaderamente de todo tipo de
detalles que conforman su ‘manera de vivir’. Es una suerte de trabajo de
campo, con el rigor que establece la ciencia antropológica, pero que no
busca ningún orden científico posterior. Su finalidad es la creación
de una estructura de reflexión artística.
Lo que Bedia quiere sacar ‘de ellos’ es el
conocimiento profundo del por qué de sus costumbres y creencias,
comprender los procesos de desarrollo de otras formas de vivir. Es una
especie de “estar y ‘vivir’ allí” con ellos, para luego terminar en un
“vivir aquí”, entre nosotros, parafraseando al antropólogo
estadounidense Clifford Geertz.
El atractivo formal del trazo de su dibujo
fortalece intensamente la eficacia de esa reflexión. La forma plástica
escogida por Bedia es particularmente eficaz. En el caso concreto de
esta exposición, todas las piezas tienen como soporte un papel que
remite a lo originario por estar hecho a mano o tener un carácter muy
poco industrial.
Sobre este ‘sencillo’ soporte se plasman
las ideas. Él dice: “Los materiales deben ser sencillos como las ideas.
No me gustan las decoraciones innecesarias ni los barroquismos”. Pues
bien, con esa incisiva sencillez usa el carbón, el óleo, el acrílico…
aplicado muchas veces directamente con las manos como en una especie de
transmisión directa de la voluntad de estar verdaderamente dentro de la
obra.
Así, sencillamente Bedia nos interpela. Nos
llama. Y, ¿qué pasa? Que nos enseña lo que hay de verdad, sin ruido,
sin el trastorno de lo que no vale la pena. Así es su obra: un terreno
despejado que nos deja ver los dos mundos entre los que él dibuja y
nosotros vivimos.
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