jueves, 30 de julio de 2015

Francis Picabia




Fue un artista francés nacido en 1879 que, a lo largo de sus casi cincuenta años como artista, toca los estilos de vanguardia más diversos, desde el impresionismo, a la abstracción, pasando por el fauvismo, el cubismo, el orfismo o el dadaísmo y, como no, el surrealismo, llegando incluso a ser considerado por algunos críticos, como el precursor del “Hiperrealismo” y del “Pop-Art”. Estudió en l´Ecole des arts Decoratifs. Era amigo de Pisarro, lo que le llevó a practicar el Impresionismo, tras el que se pasó al fauvismo, decantándose luego por el cubismo. A partir de ese momento inicia una gran amistad con Marcel Duchamp, con lo que se inscribe en los movimientos preconizados por éste. Fue uno de los representantes más destacados del Dadaísmo agresivo encabezado por Tristán Tzara, para a continuación unirse al Surrealismo de Breton y compañía. Tras la Segunda Guerra Mundial combinó la Abstracción con una especie de Realismo Kitsch.



 El artista falleció en 1953.

Lo cierto es que se trató de un hombre de espíritu independiente, claramente defensor de la “libertad en el arte”, quien no solo se ocupó de la pintura, sino que escribió novelas, poesía y también se dedicó al cine. Su vida va a estar marcada por su gusto por el lujo y la búsqueda de todo tipo de belleza, lo que se refleja en su obra por el gusto por los tonos dorados. Fue un hombre muy rico, rodeado de yates, fiestas lujosas, bellas mujeres, etc. Es sorprendente constatar como todos sus excesos no lograron saciar su constante sed y su búsqueda constante como artista. Como pintor constantemente se dedicó a explorar nuevos caminos, nuevos lenguajes, nuevas formas de expresión, no contentándose con ninguna tendencia, buscando, siempre buscando. Su frase “Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento cambiar de dirección”, define a la perfección a Francis Picabia como artista.
Una de sus obras más atípicas fue “El gato”, obra realizada en 1929, pintada en un momento en el que está editando la revista “391”, fundamental para entender el Dadaísmo y también el Surrealismo. El pintor sentía una especial fascinación por los gatos, tanta que, de hecho en esta época realizó una exposición de obras sobre los mismos en una Galería de Cannes, puesto que el reside en la Costa Azul. Hay una serie de autores que consideran que tal vez pueda tratarse de un autorretrato, al conectar la mirada del felino, desconfiada y a la vez desafiante con la del artista (que se inmortalizó a sí mismo varias veces). Los colores de la obra recogen el intenso azul del Mediterráneo, mezclados con colores cálidos, como el rojo teja, que dotan a la obra de una especie de romanticismo. Los amarillos que se entremezclan en su pelaje parecen ser el reflejo de un crepúsculo solar sobre su cuerpo. El pelaje del animal está construido con unas pinceladas largas, lo que le da un aspecto un tanto descuidado, que encaja a la perfección con el entorno abstracto en el que se encuentra.

La guía de Historia del Arte

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