Málaga, 1900 – Madrid, 1936
Ponce
de León es uno de los nuevos creadores que mejor representan el
realismo mágico entre nosotros. Lo trae de Berlín y lo incorpora a la
Barraca de García Lorca. La vida corta de Ponce de León es acumulativa
de actividades y novedades


Hubo
un realismo mágico en España, como hubo un natalismo o nacionalismo que
ya hemos reseñado en estas páginas. El arte nacionalista, tanto vasco
como valenciano o catalán, supuso una vuelta al realismo confortable de
las cosas. En cuanto al realismo mágico, tiene interesantes seguidores
porque es una de las colas incesantes de la vanguardia. El nacionalismo
aldeanoide era evidentemente un movimiento de derechas, pero España,
años 20/30, se estaba partiendo en muchas tendencias, co-mo a la
búsqueda de una identidad nueva en el pasado o en el futuro, pues la
Guerra Mundial sí que había calado en la vida española y ya nada podría
rehacerse sin una grave crisis de alumbramiento. En toda Europa y en
todas las facetas del arte el realismo mágico resultó un término
sugestivo, prometedor de muchas perspectivas nuevas, creadoras de más
vida. Alfonso Ponce de León viene de Málaga a Madrid para morir
violentamente, como uno de los primeros caídos de la izquierda y la
derecha.
Ponce de León es uno de los nuevos creadores que mejor
representan el realismo mágico entre nosotros. Ese movimiento tuvo poco
cuerpo, pero dejó perspectivas muy interesantes. Ponce de León trae de
Berlín el realismo mágico y lo incorpora a la Barraca de García Lorca.
La vida corta de Ponce de León es acumulativa de actividades y
novedades. Este pintor, sobre todo, tiene un autorretrato póstumo, en el
sentido de que se pinta a sí mismo como moriría poco después: con un
teléfono de piedra en la mano, con una mirada de muerto en el ojo
visible, con un puñado de cardos en la otra mano, con medio cuerpo -un
traje azul- iluminado por el faro roto del coche que acaba de
atropellarle, y con el rostro cementerial maquillado por una luz que
viene de otro sitio y que pone toda la magia al realismo de la escena.
El muerto tiene la mano izquierda enredada en unos cardos, precursores
de la manigua verde y nocturna que invade ya el motor del coche, el
urbanismo de la escena, con la presencia espesa y verde de la noche.
Por
su composición literaria este cuadro singular nos recuerda a Salvador
Dalí en el parecido físico, en el teléfono de piedra y en la temperatura
efectivamente mágica de la ocasión. Puede leerse en la destruida
matrícula del coche la BI de Bilbao y esto le da más cosmopolitismo al
suceso. El cuadro nos recuerda curiosamente al lienzo actualísimo de
Eduardo Arroyo también glosado en estas páginas. Ponce de León estaba
creando un realismo mágico que casi un siglo más tarde toma cuerpo y
actualidad irónica en el cuadro de Arroyo.
Era aquélla una Europa
fascinada por sí misma. Ponce de León la crea románticamente,
dalinianamente (se parece físicamente a Dalí), una Europa que danza
entre el último vals y la primera música negra, mientras fascismos y
comunismos se tirotean desde las trincheras urbanas con vegetaciones de
pintor naïf. El realismo mágico, que tanto juego daría en nuestro
tiempo, fue por entonces -felices 20, sombríos años 30- una posibilidad
nocturna y galante, de fundar una vanguardia que está en la poesía e
incluso en la música mucho más lograda y delineada que en la pintura.
El
triunfo del fascismo en la guerra grande y en la guerrilla callejera
acabó con aquella flor oscura y culta del realismo mágico, el ismo que
Ponce de León trajo de Berlín y García Lorca acogió en su Barraca como
germen del teatro que él hacía y, sobre todo, del que quería hacer.
Luego hemos tenido mucho realismo mágico, pero ya sin el relente de
novedad y actualidad que floreció en pintores como Ponce de León y pocos
más. Todo artista de raíz poética está llamado a pasar algún día por el
realismo mágico. Ponce, en Accidente, hizo su retrato póstumo y el retrato de su cosmopolitismo, que es como una ilustración para los poemas esnobs de Paul Morand.
Francisco UMBRAL | Publicado el 10/07/2003 |EL CULTURAL
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