«En los años 60 el Eligio era el verdadero centro cultural de Vigo»
Barreiro afirma que sentir nostalgia de
vivencias pasadas «es una de mis mejores riquezas». Valora especialmente
los cuatro años que compartió piso con Lugrís
Desde edad bien temprana demostró José María
Barreiro sus dotes para la pintura. «En el colegio hacía los exámenes de
dibujo a los compañeros», afirma. Éstos se limitaban a dar el cambiazo
y, claro, aprobaban. Mal se imaginaba él (ni su madre, que solía
quejarse de que le dejaba la casa «hecha un cristo»), que un día su obra
estaría colgada en instituciones, museos, galerías y casas de
coleccionistas de todo el mundo. El último escenario en el que descubrió
una fue en el vestíbulo del hotel Sheraton de El Cairo.
Puesto en la tesitura de elegir rincón se decanta
por el Eligio, aunque también le gusta la zona de la Travesía de Vigo en
la que se levanta una de sus contadas esculturas. Asegura que «en los
años sesenta la taberna de Eligio era el verdadero centro cultural de
Vigo». Recuerda que allí nacieron iniciativas como la exposición de
pintura de la plaza de la Princesa.
Barreiro sigue siendo cliente de la taberna que un
día fue escenario habitual de encuentro, entre otros, de Blanco Amor,
Celso Emilio, Don Valentín, Don Paco, Oroza, Pousa, Mariño, Lodeiro,
Mantecón, Massó, Alfageme... que, en torno a una taza de vino, hablaban
(o discutían si se terciaba) sobre lo humano y lo divino.
Apenas había cumplido los 18 cuando realizó su
primera exposición. Su ilusión era viajar a París. Trabajó como
escaparatista -«está mal que yo lo diga pero soy un buen decorador»-
para poder cumplir dicha ilusión. En la capital del Sena, bajo cuyos
puentes durmió más de una vez, pudo pagarse el alquiler de una
buhardilla compartida precisamente ejerciendo de escaparatista en
Lafayette.
Pasado un año le reclamaron desde Vigo. Los mejores
comercios de la ciudad se rifaban su trabajo, así es que siguió
compartiendo pintura y decoración. Prácticamente recién llegado conoció
en el Eligio a Urbano Lugrís. Éste no estaba en su mejor momento
personal, apenas pintaba y prácticamente vivía en la indigencia. «Me lo
llevé a casa. Estuvo conmigo cuatro años. Es imposible contar con
palabras lo enriquecedor que resulta tener una persona como él a tu
lado», asegura.
Otro pintor que influyó en la vida de Barreiro fue
Laxeiro. Se conocieron durante un viaje del de Lalín, que entonces
residía en Argentina, a Vigo. «Cuando vio mi pintura me invitó a exponer
en Buenos Aires». Aceptó la invitación. Para abonar el pasaje a bordo
del Pasteur (11.000 pesetas) tuvo que recurrir a un prestamista, al que
dejó en prenda un cuadro del propio Laxeiro. «Iba por tres meses y me
quedé cuatro años». El cambio de planes empezó cuando nada más llegar
tuvo que ponerse a pintar porque se había quedado sin obra durante la
travesía. «El capitán me invitó a hacer una exposición a bordo y vendí
buena parte de los cuadros», relata.
No lo tuvo fácil en Buenos Aires, cuya
efervescencia cultural le fascinó. De la pintura no podía vivir y como
no tenía papeles no le daban trabajo. Pidió en Harrods que le dejaran
hacer una prueba de escaparatismo mientras preparaba los papeles. Esa
misma noche, cuando llegó a casa de Laxeiro, tenía un recado del
director para que se presentara en su despacho. «Dos días después tenía
el permiso de residencia», cuenta.
Cuando en 1973 regresó de América la mayor tristeza
fue encontrar hospitalizado a Lugrís, que murió ese año. «Estábamos en
la habitación Antón Patiño y yo. Le enterramos un día lluvioso, triste,
en una tumba prestada... Sentir nostalgia de todas las vivencias es una
de mis mejores riquezas», dice.
Barreiro, que está preparando la exposición que a
finales de año abrirá en A Coruña, no es un artista metódico. Su única
rutina diaria es ir al estudio nada más levantarse y encender la luz.
Prefiere no poner etiquetas ni a su pintura ni a su escultura,
disciplina que empezó a explorar hace unos años. «La obra del artista
habla por sí sola y no precisa de representaciones teatrales de su
creador», afirma. Añade que la mayoría de los genios pecaron de
sencillez y de inocencia.
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