lunes, 20 de septiembre de 2021

Francisco Asorey




 Cambados, Pontevedra, 1889 -  Santiago de Compostela, 1961

Francisco Asorey González fue el impulsor de la revitalización de la escultura gallega durante las primeras décadas de este siglo y el escultor de la Xeneración Nós. Atraído desde muy joven por este oficio, su padre lo envió a la Escuela de Artes y Oficios de Sarriá en Barcelona, donde se formó junto al escultor Parellada. Este periodo le servirá para vivir de cerca el noucentisme y las inquietudes renovadoras frente al modernismo imperante. Posteriormente, se trasladó a Baracaldo como profesor de dibujo; montó un taller de imaginería en Bilbao; y atendió numerosos encargos de personalidades vascas. En 1918 se asentó definitivamente en Santiago de Compostela al obtener la plaza como escultor anatómico de la Facultad de Medicina.

En sus inicios adopta un lenguaje clásico que se transforma, bajo la influencia rodiniana, en una búsqueda de la rotundidad de los volúmenes claramente expresionistas (sirva de ejemplo su interpretación de los Burgueses de Calais, de Rodin, en Os Cabaleiros Negros del año 1915).

Su producción evoluciona al ritmo de las nuevas tendencias. El expresionismo germánico y el primitivismo son las influencias que, junto a las reminiscencias medievales compostelanas, pone al servicio del tema costumbrista, imperante en sus obras de los años veinte. A este periodo pertenecen sus piezas más conocidas y características de su estilo, todavía influenciado por Rodin y el arte social de Meunier. Naiciña (1919) y O Tesouro (1925) son dos ejemplos de esta época. Se trata de tallas de madera policromada que recogen la tradición de la imaginería; mujeres con indumentaria y rasgos galaicos que configuran la llamada “esencia racial” y hablan de una realidad y unos valores propios de la identidad de Galicia. Esta temática entronca con la tendencia coetánea hacia los “nacionalismos hispánicos” y se convierte, en la obra de Asorey, en un auténtico canto a la raza galaica. El realismo de los rasgos dota las figuras de vitalidad, y esta forma de entroncar tradición y vida se reinterpreta en una nueva escultura gallega. El artista trata de sacar el mayor partido expresivo del material en el que trabaja, ya sea madera, granito o bronce. En las tallas polícromas llega a introducir objetos prefabricados como las placas de latón de los zuecos aldeanos.

En 1930 se trasladó de Caramoniña ─junto al monasterio compostelano de Santo Domingo de Bonaval─ a su nuevo taller de Santa Clara, más alejado de la vida compostelana y con más posibilidades espaciales. A esta época pertenece la Virxe do Tanxil, ubicada en Rianxo, y el Monumento de Curros Enríquez, en A Coruña, donde introduce la poética de la oquedad. Asorey juega con la materia, que produce volúmenes evocadores de formas arcaizantes. Las obras posteriores se decantan hacia este modo de trabajar los materiales. Las líneas esquemáticas tienden hacia una concepción arquitectónica de la escultura y un intenso expresionismo que caracterizan este periodo relacionado con el poscubismo.

Después de la Segunda Guerra Mundial  y la guerra civil española, surgió en el mundo del arte una concepción neohumanista que Asorey planteó a través de imágenes de la vida popular gallega. El material se convierte en un símbolo de la tierra y cobra un protagonismo inusual en su obra. Ahora trabaja la madera sin empastes, permitiendo percibir su presencia incluso después de ser pintada. Una de las últimas obras del autor es La Piedad (1944), destinada al Panteón de Gallegos Ilustres de Buenos Aires, donde retoma el mundo románico y los acentos primitivistas de sus primeras obras. En este periodo se intercalan los encargos de esculturas conmemorativas en donde su estilo se tiñe de acento grandilocuente y monumentalidad tan al gusto de la época.




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