sábado, 18 de septiembre de 2021

FRANCISCO PAZOS

 


( Cobas, Meaño, Pontevedra, 1961 )

El tiempo, sobre la naturaleza, también talla y modela. Este escultor, deliberadamente elemental en apariencia y sin embargo, tan razonador, comenzó a ver formas de sus futuras obras en cuanto le rodeaba en el ámbito rural: en las rocas, en los vestigios de culturas ancestrales, tan frecuentes en la tierra gallega. 

En el apero de labranza o el herramental de la artesanía más modesta. Seleccionado en Novos Valores, de la Bienal de Pontevedra de 1983, obtuvo un segundo premio, que fue primero en la edición del año siguiente, y medalla de Bronce en la XXI Bienal de 1990. Su obra participó en otras colectivas importantes, en Compostela, A Coruña, Lalín, y llegó a Francia, en la que conjutaba el arte de las regiones de Europa.

 Su consagración le llegó con la participación en la muestra celebrada en la Casa de Galicia, de la Xunta autonómica, en Madrid. Ha celebrado exposiciones individuales, a partir del año 1984, en Pontevedra, Santiago y Vigo. Actualmente es profesor de Escultura enla Escuela de Canteiros de Poio. Está representado en los Museos de Pontevedra, Carlos Maside de Sada, A Coruña, y en las colecciones de Ayuntamientos y Diputaciones de diferentes provincias españolas, así como en otras instituciones de importancia. 

La escultura de Pazos es de una paradójica modernidad, puesto que se inspira, como decimos, en las culturas castreñas. Combina piedra y madera y a veces elementos metálicos, para sugerir formas y objetos en los que la referencia queda trascendida de abstracción considerable, de extraña y fascinante belleza dentro de su apariencia tosca. Respeta un imperfección engañosa, puesto que si el cincel parece que únicamente esboza la obra sobre el bloque de granito, en realidad todo está pensado, medido, aquilatado. 

Ensambladuras caprichosas entre piedra y madera, roturas deliberadas, lañas innecesarias y, sin embargo, de finalidad irrenunciablemente estética están en sus piezas, a veces antropomórficas, como si hubieran sido el viento, la lluvia, la humedad del ambiente, y no la mano del artista, quienes las hubieran conformado. 

Fuerza arrolladora, imposición rotunda y, siempre, un arrebatador lirismo hay en este escultor inconfundible, de los que están llamados, con muy pocos más, a dejar verdadera huella en la historia del arte gallego contemporáneo. Qué sabia mano de aparente restaurador de restos arqueológicos; qué inteligencia sutil para remendar desechos que no lo son. Qué valor plástico, en fin, tienen esas oquedades, esas incrustaciones que hay en sus superficies como sin acabar, de inefable tosquedad.

Afundación

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