viernes, 28 de octubre de 2011

Paul Cezanne




Cézanne procede de una familia adinerada, su padre, de origen italiano, poseía un establecimiento bancario en Aix-en-Provence. Allí nació el pintor en 1839. Recibió una esmerada educación y unos conocimientos humanísticos en el colegio de Bourbon, donde conoció a Emile Zola, uno de sus amigos más íntimos.



Cézanne empezó los estudios de Derecho para complacer a su padre y más tarde decidirá dedicarse a la pintura. Con el apoyo materno se traslada a París en 1861 para comenzar su carrera como pintor. Asiste a la Academia Suiza para ejercitarse en el dibujo, allí conoce a Pisarro, también visitará el Louvre para estudiar las obras de los grandes pintores del pasado.

Cézanne nunca se acomodó en París, se sintió como un forastero. Era un hombre de provincia, de aspecto tosco, de carácter huraño y desconfiado. Sus amigos siempre lo vieron como a alguien extraño. Hasta sus últimos años, alternó las estancias en la capital con largas temporadas en la casa de campo de su familia, cerca de Aix y otros lugares del sur de Francia como L´Estanque.



Tras unos primeros lienzos de concepción romántica, el tratro con Pisarro condicionó su pintura. Le ayudó a aclarar su paleta, a interesarse por el bodegón y el paisaje. Le enseñó a pintar como un impresionista. En esta época, Cézanne ya apuntaba hacia la exaltación de los volúmenes, rasgo que lo diferencia de los demás impresionistas. Su presencia en la primera exposición de los impresionistas (1874) con su Olimpia moderna y La casa del ahorcado, provocó rechazos, ya que ni los miembros del grupo acababan de entender su obra. Lo volvió a intentar en la tercera muestra (1877) repitiéndose las críticas. No se aceptó su estilo de pintura, por lo que abandonó el grupo y se trasladó a Aix.



El Impresionismo fue para Cézanne una práctica, una técnica que tratará de acomodar a sus intenciones, donde la pincelada pierde espesor y el colorido gana pureza. En 1878 supera definitivamente la pintura impresionista. Para él el Impresionismo se fundaba demasiado en la sensación y en la superficialidad. Retirado en Aix-en-Provence, aislado de la sociedad, tras romper con la profunda amistad que lo unía a Emile Zola al encontrarse representado por el personaje de un pintor fracasado en una de sus novelas, empieza a plantearse un modo de pintar que responda a la esencia de la realidad, a la esencia propia de los objetos, pero a través de su propia experiencia. Prescinde de la emotividad y del sentimiento para reflexionar sobre el lenguaje pictórico, meditando sobre las relaciones entre la forma y el color.


Se concentrará en el bodegón esforzándose por encontrar el color exacto, ya que cuanto más se ajuste el color, con más precisión aparecerá la forma. No aplicó el sistema de claroscuro tradicional y tampoco recurrió al modelado ni al dibujo.
Una de sus ideas era:
"El dibujo y el color no son diferentes, a medida que se pinta se va dibujando; cuanto más armonioso es el color, más se precisa el dibujo. Cuando el color es más rico, la forma está en plenitud. Los contrastes y la relación de las formas constituyen el secreto del dibujo y del contorno. La línea y el modelado no existen. El dibujo es producido por el contraste o por la relación de los tonos. El dibujo sin colores es una abstracción. Dibujo y color no son diferentes. En la naturaleza todo tiene color".

El propósito de subrayar la forma mediante el color, en vez de diluirla como los impresionistas lo detectamos en El muchacho de casco rojo, donde el color marca por sí solo los volúmenes y la atmósfera del cuadro. El retrato pierde el componente psicológico y emotivo. Lo único que importa es la presencia física y el análisis volumétrico.




En Cebollas y botellas prescinde de todo lo superfluo para concentrarse en las formas. Elige los objetos por su entidad volumétrica, cada uno de ellos se pinta con un punto de vista diferente. La luz y el color les da entidad física.

En Los jugadores de cartas, obra plenamente figurativa, donde los protagonistas son campesinos de Aix-en-Provence, llega a una pintura despojada de la anécdota. Las formas se representan simples y contundentes, los colores sobrios, los contornos de las figuras en negro las aíslan del entorno en que se encuentran, los personajes parecen ensimismados.




Cézanne busca en la naturaleza las formas esenciales, que para él son las figuras geométricas, el prisma, la esfera, la pirámide y en consecuencia, plasma lo que contempla. Así, al representar un objeto, no lo hace de un lado solamente, sino que lo muestra desde posiciones diferentes. Realizó algunos paisajes y antes de trasladar al lienzo el motivo, se sentaba ante él y lo estudiaba cuidadosamente.

La montaña de Santa Victoria, es un tema que trató en serie. Escalonaba los planos sucesivos subrayándolos con el colorido. Concibe los árboles como cilindros y las casas, construidas a base de planos, enfatizan la geometrización del cuadro.



A menudo trabajó el tema de las bañistas, que ya había sido tratado con anterioridad en la pintura europea, pero Cézanne lo retoma abordándolo con planteamientos diferentes. Les grandes baigneuses, es una obra construida íntegramente sobre el módulo geométrico del triángulo. Tanto la composición del cuadro como cada una de las figuras pueden ser reducidas a un triángulo. Las figuras se encuentran compuestas a base de contrastes entre colores cálidos y fríos. Prescinde de la perspectiva lineal y el claroscuro, alcanzando mediante el color la superposición rítmica de planos, lo cual puede interpretarse como un anuncio del Cubismo.

Cézanne puede ser considerado como uno de los principales artistas del postimpresionismo y como precursor la pintura cubista.


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