Pierre Molinier (13 de abril de 1900 - 3 de marzo de 1976) fue un fotógrafo, pintor y poeta francés
¿"Verdaderamente" tenemos necesidad de un sexo "verdadero"? Con una constancia que roza la cabezonería, las sociedades del Occidente moderno han respondido afirmativamente. Han hecho jugar obstinadamente esta cuestión del "sexo verdadero" en un orden de cosas donde sólo cabe imaginar la realidad de los cuerpos y la intensidad de los placeres().
Esta pregunta que se hacía Foucault es el mismo interrogante sobre el que Pierre Molinier (Burdeos 1900-1976) centró gran parte de su trabajo artístico y de su vida. Para encontrar la respuesta Molinier no dudará en montar, cortar, multiplicar y travestir su cuerpo hasta el infinito en un intento de conseguir que su insoportable cuerpo real coincida con el cuerpo deseado y deseable.Sus fotografías, especialmente, los autorretratos y fotomontajes realizados en los últimos quince años de su vida y recogidas, muchas de ellas, en su libro Cien Fotografías Eróticas, muestran una decoración monótona y repetitiva donde las mismas fantasías son convocadas obsesivamente: la angustia de una identidad troceada, la fragmentación del propio cuerpo, la irremediable ligazón del dolor al placer, el incesante fetichismo y travestismo narcisista. El acto fotográfico supondrá para Molinier la única posibilidad de acceder al otro cuerpo. El fotomontaje le permitirá alcanzar ese cuerpo imposible que la sociedad prohibe. Su vida se nos aparece como la incesante búsqueda - sin ningún tipo de moral - de la frontera evanescente donde se yuxtaponen en una proximidad improbable y provocadora los diferentes sexos; ese lugar hecho de luz y sombras, ambiguo y confuso donde el deseo se confunde con la angustia y el goce con el sufrimiento.
Si en los años sesenta y setenta el mundo del arte se vio inundado por un conjunto de artistas que -mediante el Body Art y las Performances - iban a utilizar su propio cuerpo como objeto artístico y medio ideológico para cuestionar las representaciones corporales y sexuales del momento, muy pocos irán tan lejos en su búsqueda como Pierre Molinier. Este pasará sus últimos años confinado y solo en un claustrofóbico, decadente y sucio apartamento del viejo Burdeos. Aquel espacio será su universo y su microcosmos, lugar sagrado y obsceno donde comerá, trabajará (es el mismo artista quien construye o transforma todos sus objetos) y dormirá rodeado de pistolas, maniquís, libros, pinturas, muñecas, cuchillos, botas, medias, ropa negra: fetiches y accesorios que le acompañarán hasta el día de su suicidio (el 3 de Marzo de 1976). Una angustiante atmósfera que le permitirá el retiro del mundo real al suyo interior, un espacio inviolado donde poder dar lugar a todo el desarrollo de su psique.
Será allí donde encontrarán su cuerpo al cual, y como último acto de profunda autonomía, le había quitado la vida y donado a la ciencia para fines anatómicos. Su suicidio no fue un acto de alguien desesperado ni obcecado, sino, al contrario, un acto voluntario y lúcido. Je me tue. La clé est chez le concierge, esta fue la última nota enviada a sus amigos, el último favor solicitado para que no se olvidaran de cuidar a sus gatos (los únicos compañeros de sus últimos años). Molinier preparó el arma (una pistola que siempre tenía debajo del cojín), escogió la posición (acostado frente al gran espejo), y las máscaras y las ropas para la ocasión (como si de otro fotomontaje más se tratara). No hubo precipitación ni miedo, no dejó trazos de violencia ni de sangre (tan sólo unas pocas gotas sobre la oreja), la muerte era un acto más, una trivialidad ante la cual hay que guardar una cierta distancia y frialdad. El último acto narcisista. La muerte de Molinier fue un trabajo de precisión e inocencia, ejecutada con la intensidad y la seriedad de un juego de niños. Molinier construyó su muerte y la camufló como si fuera una "obra de arte". Su sonrisa fue un signo irrefutable: fue el perverso brillo de la infancia. Era una muerte anunciada.
La relación con la muerte aparece en su vida con cierta insistencia. Dos experiencias van a marcar de modo muy importante su vida cotidiana: la primera, fue la muerte de su hermana mayor cuando él tenía quince años y el recuerdo de la última noche que pasó con ella Me quedé velándola toda la noche, solo, me acosté con ella y la follé allí, en la cama. No la penetré, la follé entre sus muslos (...). Desde su muerte, decidí vivir como vivo todavía hoy. En una habitación ..., sí ... en una habitación ...sin casi nunca salir de ella; la segunda, ocurrió durante los años cincuenta al expresar, insistentemente, tal deseo de morir que llegó incluso a construir (y a fotografiarse acostado con ella) una cruz (de las que se ponen en los cementerios) con una inscripción y epitafio que decía: Aquí yace Pierre Molinier, nacido el 13 de Abril de 1900, muerto hacia 1950. Fue un hombre sin moralidad. Inútil llorar por él. La muerte y el sexo aparecen tan unidos en su vida y trabajo que al observarlo no podemos menos que recordar el testamento literario del marqués de Sade.
Molinier llegó a declarar: Si fuera impotente, me mataría. Igual que el famoso marqués, su vida y su obra oblitera cualquier tipo de mistificación religiosa, actitud pasiva o contemplativa, su trayectoria personal está marcada por un profundo individualismo anarquista en el que se ridiculizan las convenciones sociales y las instituciones políticas. Su vida y su obra fueron una inmersión fascinada hacia lo informe y la muerte, el camino seguido por la descomposición de la identidad de la cual no sabemos si tenía un lugar en el espacio de lo humano. Toda su vida girará en torno a una pregunta: Qu'es-tu, toi?, a la que no encontró respuesta; y a un deseo: Comme je voudrais être, que no llegó a realizar totalmente.
Molinier fue educado en los jesuitas con el objetivo de que se convirtiera en cura. Rebelándose contra la rigidez y las normas de esta educación abandonó la escuela y se empezó a interesar por la pintura. Después de unos años en escuelas de arte en París volverá a Burdeos, en 1923, donde permanecerá el resto de su vida. La relación con el provinciano mundo artístico de su ciudad no fue nada fácil; fue rechazado y marginado con violencia por las convenciones hegemónicas del momento (se le prohibió mostrar alguna de sus telas). A finales de los años treinta empiezan a aparecer en sus cuadros lo que se ha denominado obra secreta , un mundo erótico compuesto de seres míticos (sirenas, quimeras ...), muy influenciado por los temas esotéricos y místicos, y las telas de Odilon Redon y Gustave Moreau. Será esta obra la que a mediados de los años cincuenta interesará vivamente a André Breton y posibilitará la participación de Molinier en diferentes exposiciones colectivas (como la Exposición Internacional del Surrealismo , 1959-60), inaugurará la galería de arte que Breton abrió en París en 1955 (Etôile Scellée ), ó ilustrará revistas (Le surréalisme, même ; La brèche) y poemarios de Breton y J. Mansour. A pesar de evidentes paralelismos e intereses comunes, Molinier no compartió muchas de las opiniones de los surrealistas, ni muchos de ellos, incluido el propio Breton, llegaron a entender realmente el carácter profundo de su obra. El incidente que se produjo en 1965 a raíz del título de un cuadro de Molinier (Oh!... Marie, Mère de Dieu ) y su carácter más o menos irreverente, blasfemo y obsceno aceleró la ruptura con Breton y el movimiento surrealista. Las complejas relaciones entre religión y sexo, y la introducción de un objeto erótico, de un fetiche, con implicaciones religiosas, en una exposición colectiva con los surrealistas culminó la ruptura. Molinier permaneció toda su vida como un ser marginal y solitario.
La experiencia sexual de Molinier estaba abierta tanto a las mujeres heterosexuales como a los hombres homosexuales, su vida tenía las características de un hombre bisexual travestido, al que no le importan los sexos de su partenaire : La pura sexualidad de una mujer o de un hombre en sí no me estimulan; sí, una bonita pierna, una pantorilla me estimulan enormemente. Encuentro que las piernas de una mujer o de un hombre me estimulan igualmente. Esta fijación con las piernas se va a ver reflejada en la enorme colección que poseía en yeso y que, asiduamente, usaba para masturbarse (la mayoría de las fotografías de su libro Le Chaman et ses Créatures están centradas en las formas que crean la yuxtaposición de múltiples piernas).
El fetichismo de Molinier no puede ser visto como el desplazamiento o la purificación de la energía sexual a través de la sublimación sino, más bien, como la actuación del deseo en y como representación. Como un símbolo de independencia sexual frente a las hipócritas normas sociales de procreación y castidad.
El carácter fetichista de sus obras va a ser reforzado por Molinier mediante el proceso fotográfico. Sus piezas crearán una especie de pequeño teatro lleno de claro-oscuros donde las formas fundamentales estarán remarcadas claramente mediante la luz, formas netas que serán puestas en evidencia por un único foco que (iluminando el espacio como en un cabaret) ordena la composición dejando en el centro la bella forma individual (la pierna, la media o el zapato) que constituye el fetiche. Fetiches, muñecas, consoladores, prótesis corporales y cuerpos travestidos conforman el subterfugio, la necrofílica metáfora del cuerpo masculino hacia su disolución.
”Ser hombre o mujer ya no tiene importancia. Así la carne no es más que una lesión útil únicamente para camuflarse. Para construir la anatomía que aún no llega”(Pierre Moliner)
”Mi ambición no es traspasar la linea de los géneros. Mi ambición es destruirlos. No me seduce batirme a duelo con los roles impuestos, sino dejarlos pasar. Ignorarlos”(Pierre Moliner)
En Pierre Molinier la representación corporal es un espacio para el exhibicionismo, un lugar para el espectáculo transformista que muestra cuerpos narcisistas preguntándose sobre su identidad. Una identidad que se intenta una y otra vez asir con múltiples ardides pero que, una y otra vez, se nos aparece inasible por su misma multiplicidad y metamorfosis. Las fotografías de Molinier son hoy en día un punto de referencia obligado para todas aquellas propuestas artísticas interesadas por la temática del sexo y del género, así como sus pretendidas perversiones son también un elemento fundamental para las teorías queer y feminista de los años ochenta y noventa.
(parte del texto)
Je Suis Lesbien(1). (Pierre Molinier o el cuestionamiento de la virilidad). |
José Miguel G. Cortés. |
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