Seattle. Washington, 1959
Los juegos de palabras, visuales y verbales, y las rimas abundan en el arte vibrante de Jessica Stockholder. Los objetos que alguna vez parecieron corrientes y familiares cobran nueva vida, espejándose, resonando y dialogando entre sí al asumir nuevos roles insólitos y ganar una presencia imponente, enérgicos, descarados, tímidos, burlones, seductores, volubles y mucho más, pero nunca rutinariamente vulgares
El mundo de Stockholder está construido más por asociación que por formas convencionales de análisis. Sus obras proponen que, si se quiere examinar algo, se necesita indagar, probar y escudriñar en un intento de leer lo que está más allá de la mera visión y contemplación: así, atisbando, podríamos ver más de lo que habíamos planeado: pudiera ser que acabáramos “caminando por la tabla”, suspendidos en una plataforma sobre los abismos, arrojados a lo desconocido, en un muelle más allá del mar. Deslizándose suavemente desde lo literal a lo metafórico, de lo físico a lo figurativo, como se entrama un tejido de conexiones disyuntivas, la seductora forma de interpretación de Stockholder se ha convertido en un sello distintivo de una práctica que hoy abarca alrededor de tres décadas. Profundamente formal y, sin embargo, desenfadado, ingenioso aun siendo pleno, su toque lúdico seduce, requiere, persuade, invita con señas y cautiva a sus audiencias, que a menudo se encuentran atrapadas y, súbitamente, sobre un escenario, sin haber sido conscientes de su transición de observadores pasivos a participantes activos. Tan desarmante aproximación permite a su arte “deslizarse a través de la superficie por las rutas sintagmáticas más improbables, arrastrando una carga nebulosa de significados aparentes a su paso”, como sagazmente señala el crítico americano Jack Bankowsky
Para la artista, este método participa de ambas esferas: conceptualizar y construir. “Mi trabajo a menudo irrumpe en el mundo igual que una idea brota en la mente. Nunca sabes realmente de dónde viene o cuándo ha conseguido formarse. Sin embargo, es posible desmontarla y comprobar que tiene una lógica interna”, escribe. “Estoy intentando acercarme a los procesos de pensamiento, tal y como existen, antes de que la idea se haya formado completamente”. Asociaciones inesperadas de lo abstracto (vívidos colores y ricas texturas) y lo identificable (materiales domésticos e industriales) conforman el conjunto del que están hechas ambas, sus esculturas autónomas y sus instalaciones para un lugar específico. A propósito sin propósito, todas parecen diseñadas para facilitar, relajar, ayudar, clarificar o, de alguna manera, aliviar las limitaciones de su condición, que, aunque pueden estar no identificables precisamente, son evidentes en sí mismas: las acogemos como objetos de nuestro entorno cotidiano o que podrían integrarse sin esfuerzo en nuestro ámbito local.
El toque autógrafo de Stockholder se manifiesta en las enormes situaciones comunes como formas de guiarnos que crea, mientras navegamos hacia un ámbito compartido a través de su puesta en escena, cuidadosamente coreografiada. El pasaje a sus sendas se manifiesta siempre estimulante: intriga en lugar de sosegar, vigoriza antes que producir sopor. Este efecto deriva del hecho de que los contextos desde los cuales, y para los cuales, trabaja in situ han sido creados bajo una apariencia asumida de novela, una inesperada dimensión, como consecuencia de su intervención: cambios en la escala, contracción de proporciones, elisión de espacios, disminución de la profundidad, magnificación de sonidos y disolución de la luz, que blanquea o inunda cualquier cosa que se agita bajo su compás.
Efímeros cambios en nuestra percepción requieren que reconfiguremos ideas preconcebidas y suposiciones –y así, recalibrar lo que pensábamos que sabíamos. Examinando las aguas, por ejemplo, encontraremos que no están en terreno tan sólido como suponíamos. Al encontrarnos a la deriva, en lugar de en tierra firme, estamos constantemente obligados a afrontar nuevas opciones y elecciones. Se nos demandan preferencias e inclinaciones (que son cuestionadas). Lo integral, normalmente suprimido en un proceso mental, intangible, se registra en la mente consciente, donde se presenta al análisis junto a los más tangibles intangibles, que impactan con el cuerpo, pues el aire, la luz y el sonido animan el pabellón y crean un vórtice en el centro del cual nos encontramos.
La estética de Jessica Stockholder está basada en los recursos efectivos de la escultura: lo sólido habita el espacio, los volúmenes trazan las formas, el material está sujeto a la gravedad, la inmovilidad conjura el movimiento. Aunque es evidente que se trata de parte del legado escultórico reciente de Picasso, Schwitters, Rauschenberg y otros, su obra revela la sensibilidad propia del pintor: Matisse quizá sea su referente más inmediato. Sutil, vibrante, idiosincrático pero inmediatamente identificable, el singular sentido del color de Jessica Stockholder es el principal responsable del innegable placer que irradia su obra; y eso lo separa de la obra de los incontables seguidores que han aprendido tanto de su praxis rigurosa pero pródiga y fecunda.
Stockholder, una de las más influyentes escultoras de su generación, ha creado en los últimos años instalaciones que permiten a los visitantes utilizarlas para sus propios fines. Como Atisbar para ver demuestra, estas construcciones temporales se convierten en lugares para la conversación casual entre propios y visitantes, para el juego improvisado y para lo trivial –en resumen, son lugares para pasar el tiempo y dejarse llevar por el flujo y el cambio. Tanto en el Madison Square Park de Manhattan, en 2009 (con el Flooded Chambers Maid), como en el luminoso Palacio de Cristal en el parque del Buen Retiro de Madrid, la gente deambula y pasa el rato de una manera semejante, mientras hace descubrimientos casuales e inesperados a su antojo. Hábiles exploraciones de las líneas espaciales, estructurales, sociales y culturales del entorno propuesto, las obras más ambiciosas de Stockholder dejan espacio a la miríada de necesidades de una audiencia cambiante, que probablemente nunca llegará a saber hasta qué punto es parte esencial del juego.
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