Xavier Gosé (Alcalá de Henares, Madrid, 1876-Lérida, 1915), uno de los más elegantes y el más internacional de nuestros ilustradores de comienzos de siglo, hasta el punto de ser mucho más divulgado y conocido en París y en Alemania que en la propia Barcelona, ciudad en la que discurrió su infancia y juventud, formándose en su Escuela de Bellas Artes, La Llotja, e iniciando allí su carrera de ilustrador, colaborando desde 1895 -a sus 19 años- en publicaciones tan represen-tativas como “La Esquella de la Torratxa”, “Barcelona cómica”, “La Saeta”, “El gato negro” y “Quatre Gats”.
En aquella etapa catalana, todavía de formación, se produjeron un par de hechos determinantes en la vida de Gosé: por una parte, recibió un impulso decidido de su maestro principal, el conocido pintor e ilustrador Josep Lluís Pellicer, quien lo introdujo en un realismo narrativo de corte naturalista, y quien lo potenció profesio- nalmente al tomarlo de ayudante en su taller. Sería el propio Pellicer quien instara al joven dibujante a instalarse en París, cosa que hizo en 1900.
A su vez, Gosé fue asiduo en el local de la famosa cervecería barcelonesa Els Quatre Gats, donde entró en contacto con el nuevo pensamiento literario y social, así como con las aspiraciones entre simbolistas y “art nouveau” de las últimas tendencias pictóricas. Allí conoció el curioso carácter modernista-prerrafaelista de Riquer, y también -como Picasso y Nonell- el registro simbólico de la temática “miserabilista” de Adolf Mönzer, que tanto influyeron en el doble estilo de la obra de su etapa de lanzamiento, hacia 1899, año en que celebró su primera exposición,
precisamente en la Gran Sala de Els Quatre Gats, obteniendo un éxito completo de crítica y ventas. Las ilustraciones de Gosé gustaban a todos: a los modernistas, por su espíritu de innovación; a los tradicionalistas, por la ortodoxia y excelencia de su realización. Siempre sería así. Ello explica el éxito de su arte y su triunfo social. De toda aquella primera etapa la exposición de Mapfre recoge un muestreo sucinto, en el que destacan piezas tan cuajadas e intensas como “Gente de suburbio”, “Tristeza de suburbio” u “Hombre en la playa”, de temas realistas-sociales y de expresión romántico-simbolista.
El eje de la exposición es, sin embargo, el elegante y bullicioso París de la Belle époque, al que Gosé -hombre brillante, de carácter reservado, gusto exquisito, mirada escrutadora y trabajo minucioso- llegó en 1900.
Allí triunfó muy pronto y allí permaneció hasta declararse en 1914 la primera guerra mundial. Enfermo de tuberculosis, se trasladó entonces a Vichy, siguiendo su camino final a Cataluña, para instalarse en Lérida, en la casa de su madre. En 1915 Gosé murió en la capital ilerdense, en cuyo Museo Morera se conserva el grueso de su obra de ilustrador y también -aunque sea cuantitativamente muchísimo más corta- de pintor.
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Ese japonesismo, ese sintetismo y ese amor a la geometría configuran las bases del inequívoco estilo Gosé. Se trata de un estilo sofisticado y decadente, de refinado esteticismo -“decorativismo dandy” lo llama Fontbona-, por el que cruzan en ocasiones los esplendores abarrocados de Anglada Camarasa o Klimt y, otras veces, la primitiva formulación cubista-sintética de Juan Gris. La exposición recoge asimismo una muestra interesante de algunas de las revistas en las que se publicaban sus ilustraciones: las francesas “Le Rire”, “Cocorico”, “La Vie Illustrée”, “LAssiette au Beurre” y “Sans Gêne” y las alemanas “Jugend”, “Simplicissimus” y “Ulk”.
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