Juan Barjola (Torre de Miguel Sesmero, Badajoz, 1919- Madrid 21 de diciembre 2004) fue y es una figura considerablemente aislada en el panorama español. Aislamiento que ha tenido dos consecuencias: una positiva, porque ha permanecido fiel durante décadas a una propuesta pictórica; otra no tan positiva, por lo mismo. En perspectiva histórica, hay que poner su obra en el contexto de una “nueva figuración” que sobrevive en los años sesenta a duras penas frente al empuje del informalismo, aún después de la disolución de El Paso, y que juega sin embargo un papel importante precisamente al incorporar recursos del expresionismo abstracto. No hay que subestimar la importancia artística de Barjola en esos años sesenta y principios de los setenta, tan poco estimulantes (tan aburridos, incluso, vistos desde la situación actual) para el arte en nuestro país. Se incluye entre los pocos artistas de suficiente talla que supieron aportar aires nuevos a la pintura figurativa, como Bonifacio, Alfonso Fraile, el Grupo Hondo de Juan Genovés (de muy corta andadura) o, con otras características, Jorge Castillo y José Hernández. El surgimiento del pop, con Equipo Crónica a la cabeza y con Eduardo Arroyo como figura más destacada (que quizá habría que excluir puesto que avanzaba con su obra en París), y el peso que ganaron los grupos realistas de Madrid y de Sevilla completan la escena bastante precaria y poco brillante de la figuración en nuestro país en esas décadas, que sólo cobraría renovados bríos y mayor entidad artística a mediados de los setenta, con Luis Gordillo y la llamada “nueva figuración madrileña”, con Pérez Villalta, Franco, Alcolea, etcétera, justo en la época en que Barjola alcanza su estilo de madurez.
Es un estilo el de Barjola absolutamente reconocible, quizá demasiado reconocible, que combina demasiado patentes influencias de Picasso, Francis Bacon y, en menor medida, Willem De Kooning, la buena mano para el dibujo, el buen ojo para las composiciones y una temática recurrente en torno a asuntos agónicos y a la crítica social. En la exposición que se organizó en 1987 en el Museo Español de Arte Contemporáneo, poco después de que se le concediera, en 1985, el Premio Nacional de Artes Plásticas, ya se establecían esas categorías argumentales: entre otras, tauromaquias, escenas de guerra, perros y perreras, suburbios, crucifixión, magistrados, cráneos de toro y retratos apócrifos.
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