Una fuerte presencia de la condición femenina durante la guerra, niñas, niños, y la muerte, son los tres temas constantes en el legado de Käthe Kollwitz (1867-1945), artista gráfica alemana, quien a través de su trabajo reveló al mundo los rostros, tragedias, y horror que vivieron principalmente las madres como botín de guerra del régimen nazi.
La entrada
del Museo Käthe Kollwitz en Berlín está precedida por una estatua de
bronce de la artista alemana que dedicó su trabajo a ser una protesta
social y una denuncia pública del régimen nazi. Tras la muerte de su
hijo menor durante la Primera Guerra Mundial, el trabajo de la artista
se tornó aún más sombrío.
En sus
dibujos, pinturas y esculturas la muerte, nacimiento y maternidad se
asocian dejando al descubierto la condición vulnerable de la población
femenina en la guerra y el terror del régimen nazi.
Eran las
madres quienes se encargaban de suministrar la comida, el cariño y el
cuidado a sobrevivientes de la guerra, a hijas e hijos, además de ser
ellas también quienes aparecen como principal personaje en toda la obra
de la artista para comunicar y transmitir el horror del hambre, tragedia
y muerte.
Kollwitz
nació un 8 de julio como hoy, pero en 1867 en Königsberg, antes de la
unificación alemana, en 1867, Königsberg, era la antigua capital de
Prusia (actual Kaliningrado, Rusia).
Tuvo que
vivir recluida desde 1933 hasta su muerte en 1945 pues su trabajo fue
denunciado por el régimen nazi que además persiguió a quien Käthe por
ceder su trabajo y así convertirse en una de las principales creadoras
de denuncia pública en las marchas y manifestaciones de la época.
Sus trazos
sencillos imprimieron personalidad a pósters, carteles, manifiestos y
pancartas en las protestas, y sus creaciones dieron voz a la condición
femenina, ante todo a las madres de hijos que morían combatiendo en
guerra, o asesinados.
De esta forma
la artista alemana con su trabajo artístico realizó una llamada doble
de protección de las madres hacia sus hijos. Esposa, madre, y artista
Kollwitz conoció los agitados días de la República de Weimar, el ascenso
del nazismo, su llegada al poder, las imposiciones de dicho régimen, el
estallido y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
Dedicó gran
parte de su trabajo a realizar autorretratos, hizo más de 50, en los
cuales es posible apreciar el avance del tiempo en su cuerpo, en sus
creaciones y crecimiento artístico. La artista nunca le tuvo miedo a la
muerte, ni a la vejez.
Vivió
valiente, sin prejuicios. Se dibuja avejentada, con el pelo blanco y la
mirada profunda en todo momento en el museo de Berlín que dedica cuatro
pisos enteros a la artista, donde es posible observarla en todas sus
facetas, como madre, joven esposa, sensible y siempre en protesta.
Los rostros
de sus personajes aparecen sombríos, con los ojos cerrados o sin ellos
en gran mayoría. La muerte inunda las casas, en la mesa donde sobrevive
una familia con migajas de comida, una calavera se lleva a los hijos que
se atan desesperados a las faldas de su madre.
De esta y
muchas formas más Kollwitz denunció la miseria y la explotación que
sufren las personas pobres también, reflexionó sobre la muerte que nos
acecha o a la que miramos con esperanza si la vida se nos hace demasiado
difícil.
Actualmente
ha sido recordada, pues al iniciarse la invasión de Irak, algunos de los
testimonios gráficos de la guerra recuerdan obras de Käthe, como si
fuese esa guerra, la de Irak, la que las hubiese inspirado.
A diferencia
de muchos de sus contemporáneos, fue testigo de su éxito en vida. Además
de perder a su hijo menor, también vio morir a uno de sus nietos, vivió
el avance de las tropas aliadas sobre Alemania, y los bombardeos que
destruyeron el país, incluida su casa-taller.
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