jueves, 6 de septiembre de 2012
Carlos de Paz
Paz (Valladolid, 1964) transita por territorios sombríos, de naturaleza incierta e inquietante. Este clima de incertidumbre viene propiciado por una actitud ante la pintura que se revela salvaje e indomable, de gesto extremo, con capas oscuras de una pintura que arropan a pequeñas figurillas femeninas, extraídas de periódicos o revistas que se esconden, aterradas, ante la vorágine expresiva que producen los trazos. Relegadas a un papel mínimo dentro de la composición pero aisladas de los fieros embates pictóricos, estas figuras, nadadoras, mujeres en lúdicas posturas, con el rostro desligado del cuerpo o al menos no representadas en su totalidad, responden, quizá, a un ejercicio de enfrentamiento de la pintura y el sujeto (¿acaso un adelanto de su absoluta negación?) o quizá a un anhelo de memoria, un recuerdo que se desvanece lentamente. Por otro lado, tenemos la serie Divertimentos y sustos, pequeños objetos de aspecto tribal cuya relación con las pinturas desconozco, unas pinturas decididamente dramáticas pero aún líricas aunque no sabemos por cuánto tiempo.
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