Mi arte se basa en la creencia de una energía universal que corre a través de todas las cosas [...]. Mis obras son las venas de la irrigación de ese fluido universal. A través de ellas asciende la savia ancestral, las creencias originales, la acumulación primordial, los pensamientos inconscientes que animan el mundo. No existe un pasado original que se deba redimir: existe el vacío, la orfandad, la tierra sin bautizo de los inicios, el tiempo que nos observa desde el interior de la tierra. Existe por encima de todo, la búsqueda del origen |
Ana Mendieta, Maroya (La Luna), La Habana, Esculturas rupestres, 1981 |
Ana Mendieta, Glass on Body, 1972
Ana Mendieta, Maroya (La Luna), La Habana, Esculturas rupestres, 1981
"Anima, Silueta de Cohetes"
La muerte prematura de Ana Mendieta y el carácter efímero de sus
creaciones han contribuido a que su obra, poética y crítica al mismo
tiempo, se conozca de un modo insuficiente en la actualidad. Nacida en
La Habana en 1948, en una familia acomodada, fue enviada a Estados
Unidos a los doce años junto con su hermana Raquelín, y se crió en
distintos orfelinatos americanos.
Las condiciones en que creció -el exilio, la pérdida y la
marginación, como mujer y como hispana- conformarían su producción
artística posterior, aunque sin caer nunca en actitudes panfletarias o
particularismos autobiográficos. Mendieta asume un compromiso con su
cultura de adopción, y a través de su obra articula una crítica de la
sociedad que la rodea, con un fuerte contenido político feminista y en
defensa de la identidad de las minorías.
Las primeras performances de esta artista se gestan
durante su etapa de formación universitaria en Iowa, hacia la segunda
mitad de la década de los setenta. En aquel momento se preconiza una
obra de arte menos objetual, más interactiva con el paisaje natural y
urbano, más experimental y mucho menos exigente con la permanencia
física. De ahí la falta de interés de Mendieta por la resolución
estética frente a su compromiso con los materiales y el proceso.
Desde los inicios de su actividad artística, el cuerpo
tiene una presencia destacada en la obra de Ana Mendieta: constituye su
tema y su obsesión. La artista se siente atraída en particular por el
cuerpo de la mujer, que para ella es el sujeto pasivo de la violencia,
el erotismo y la muerte, y a la vez es el instrumento y el material para
la producción de arte. De acuerdo con esta premisa, su propio cuerpo se
convierte en eje de sus performances, acciones que parten de la misma
idea del cuerpo femenino como víctima del crimen y la violación, pero
también como lugar sagrado.
En este sentido, las performances de Ana
Mendieta son auténticos rituales de purificación, donde la sangre, con
sus connotaciones mágicas y sus claras alusiones al sacrificio, asume un
protagonismo inquietante. En Death of a Chicken
(Iowa, 1972), la artista, completamente desnuda, decapita un pollo y lo
deja desangrarse a la altura de su pubis. Sin duda, la fascinación de
Mendieta por la leyendas y prácticas religiosas afrocubanas que
conociera en la infancia se refleja en esta faceta de su obra. En
cambio, Rape Scene recrea el escenario de una violación y un crimen.
Más adelante, las performances de Mendieta derivan hacia una serie de obras que tituló Siluetas.
En estas nuevas manifestaciones, la artista traslada su ámbito de
trabajo a la naturaleza, eliminándose ella misma como objeto material de
su arte. A partir de ese momento ya no le interesa tanto su propio
cuerpo como la huella que deja ese cuerpo. Inicia así un período de
intensa relación con los cuatro elementos básicos de la existencia
orgánica: la tierra, el fuego, el aire y el agua. Mediante las Siluetas,
la artista juega con la dialéctica presencia-ausencia. La pisada, los
contornos de un cuerpo realizados con ceniza, velas, flores, nieve o
tierra aluden constantemente a las relaciones entre la muerte y la
resurrección. Se trata de un retorno de la artista a la tierra, de
metáforas que explican el regreso al útero (la madre que se quedó en
Cuba), de un enterrarse en la tumba (muerte), de la regeneración de la
vida (la silueta del cuerpo dibujada con flores), y en definitiva, de la
libertad.
Se casó con el escultor minimalista Carl Andre en
enero de 1985. Llevaban una vida muy intensa y ambos eran artistas de
éxito. Pasaron su luna de miel en el Nilo. Viajaron a distintos lugares y
vivieron en la Ciudad Eterna, donde tuvieron exposiciones y donde ella
residió por temporadas desde 1983 hasta 1985, después de haber recibido
una beca de la prestigiada Academia de Roma.
El 8 de septiembre de 1985 la vida de Ana terminó
trágicamente. Después de haber tenido una acalorada discusión con su
marido, Ana cayó al vacío desde el piso 34 del edificio en el que vivía
en Nueva York. Tenía 36 años de edad. Carl fue el único testigo de su
muerte y dijo que Mendieta se tiró por la ventana, aunque aún la gente
se pregunta qué pasó en realidad. El día del fallecimiento de la
artista, su marido tenía arañazos frescos en la nariz y la frente y sus
declaraciones a la policía contradijeron las que él mismo había dicho a
la operadora cuando llamó al 911 en el momento del desgraciado suceso.
No hubo otros testigos y sólo una persona en la calle oyó a una mujer
gritar “no, no, no, no” y el golpe seco de la caída del cuerpo de Ana.
Carl Andre defendió su inocencia durante tres años y
compareció en varias ocasiones ante los tribunales. Consiguió que su
amigo y compañero Frank Stella pagara la fianza de 250 mil dólares y,
finalmente, fue declarado inocente. Sin embargo, aún se están
escribiendo artículos y libros que tratan de esclarecer este caso y que,
a la vez, analizan la obra de Ana Mendieta.
Analizando ahora su obra me produce escalofríos, da la impresión como si todo girara alrededor de UN PRESENTIMIENTO
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