martes, 12 de marzo de 2013

ANGELES SAN JOSÉ

´Mis obras tratan de trasmitir al espectador una sensación de tiempo detenido´


En la obra de ángeles San José (Madrid, 1961) la pintura ha renunciado al color y se reafirma como arte esencialmente del espacio, como medio de crear, sensibilizar y gobernar la organización del espacio pictórico. ése es su reto. Ahora bien, el suyo no es un espacio fingido, “escenográfico”, “perspectivo” o derivativo de la tradición de representar la sensación de profundidad -lineal y atmosférica- siguiendo los principios óptico-matemáticos perpetuados desde el clasicismo renacentista y el arte barroco. Al contrario, el espacio de esta pintura “hecha” de grafito -o sea, de mineral de plomo extendido sobre el soporte en sucesivos barridos, así como también de algunos trazos rítmicos y de toques breves -como acentos- de óleo, es un espacio plano y puramente plástico: un espacio consistente en la forma misma en que su materia lo construye y lo va haciendo presente. Por eso impresiona la capacidad de estos cuadros oscuros para proclamar que la pintura es -en su realidad primera- espacio, es decir, ese solo y ligero tejido de grafito tocado de manchas y de óleo. Por eso estos cuadros recuerdan tanto el principio de la pintura oriental, de que éste es un arte a cuya realidad, excelencia, belleza y expresión le bastan el vacío y lo que el trazo en él ocupa.

Materia y no materia: economía y control exigentes de los elementos que integran el cuerpo real de la pintura. Monocromía matizada, dibujo de línea vibrante -musical- y algún efecto sutil de luz: un sistema sencillo y elaborado que le permite a la pintora aludir a la naturaleza -siempre ha estado vigente un concepto de paisaje en la obra de ángeles San José, tanto en sus pinturas como en sus fotografías-, haciendo que sus creaciones se sensibilicen con formas que recuerdan el crecimiento vegetal, y con luces en las que se trasluzcan corrientes y remansos de agua. Todo ello, dentro de un proceso que arranca de la fuerza de una expresividad romántica y que ha llegado hasta la pureza de un estado de contemplación en el que el vacío y la forma, la materia y la luz, el tejido plástico y el dibujo caligráfico son cada vez más depurados y expresivos de la experiencia personal. Asistimos, pues, a una pintura en la que la invención de un ilimitado (por su infinitud) territorio o lugar-de-arte no impide la alusión al plano del sentimiento ni tampoco las connotaciones descriptivas de una imagen del mundo, la cual, a su vez, se plasma matizada por la magia del filtro del universo interior de su creadora, y por la misma manera de “presentarse” como cuadro.



El Cultural

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