viernes, 14 de noviembre de 2008

DARIO ALVAREZ BASSO






nace en Caracas (Venezuela) en 1966. Hijo de un médico gallego emigrado, y de madre venezolana, el futuro pintor se traslada a Galicia cuando cuenta sólo tres años, de manera que gallego.

Vocación precoz, ya que a los cinco años ganó un premio de dibujo en un concurso sobre Castelao. Al concluir sus estudios de bachillerato decidió dedicarse por entero a la pintura. Intentó el formalista examen de ingreso en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, que suspendió, y se integró en los talleres del Círculo de Bellas Artes orientados por Arroyo, Villalba, Guinovart, etc., donde inmediatamente destacó por su arrolladora personalidad, imposible de reducir a fórmulas y conductas preestablecidas.

En este ambiente comenzó a exponer, en muestras colectivas, en 1985, inicio de una carrera internacional que le ha llevado a interesar a la crítica más exigente en Madrid, Nueva York, Basilea, Milán, etc.

Asistió a los seminarios de la Universidad Internacional de Santander, fue becado por la Diputación de Pontevedra en 1987, París y en Extremadura; logró el primer premio del certamen Santa Lucía, en 1989, entonces el mejor dotado económicamente de España, y beca de la Academia Española en Roma.

Su obra, siempre muy discutida, se encuentra en el Ministerio de Cultura de Madrid, Diputación de Pontevedra, Junta de Galicia, museos provinciales de España y en numerosas colecciones institucionales.

A Darío Basso es imposible reducirlo a fórmulas, escuelas o tendencias concretas. Absorbe cuanto contempla, lo deglute y rumia, y de ello nos da una visión personal, sorprendente, inquietante, en extremo madura y sin embargo, con una impronta angélica y juvenil, propia de un temperamento a un tiempo dinámico y reflexivo.

En la pintura de Basso están, al menos, Paul Klee y los surrealistas grandes. Pero está también la transformación de lo observado, la textura de la cerámica, los mundos intuidos, soñados, abisales, y la morfología de los crustáceos o de la vegetación anegada por el rocío de la madrugada. Si contempláramos al microscopio un fragmento mínimo de un insecto, una mariposa, acaso encontraríamos referencias, siempre y sólo referencias, de esta pintura al fin como elemental en la que también hay laberintos, y ojos repetidos que escrutan y casi horadan la mente del espectador, como en Redon o en Tamayo. Y hay, como cansada, la morfología de una pintura decorativa del gran Leon Bask, pero alucinante, obsesiva.

Al fin, Basso es un conceptual abstracto que siente en formas y colores, sabio y directo, fresco, aunque su frescura exija un tremendo esfuerzo, porque antes ha sido la decantación de todo, desde el gótico a Max Ernst.

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