Vigo-1954 - Vigo, 1982
BIOGRAFÍA
Tenía un aspecto de joven caballero de los tiempos de Van Dick. Vocacionado por la pintura, de manera absorbente, abandonó las actividades universitarias tras haber alcanzado la licenciatura en Ciencias Económicas en Compostela. Amigo de escritores y artistas, comenzó a exponer en la Bienal de Pontevedra, en 1974. También estuvo presente en las muestras al aire libre de la Plaza de la Princesa, en Vigo.
Viaja a París, para conocer la pintura europea, y vuelve, con los ojos llenos de color y de poesía. Pasa una corta temporada en Madrid, entre 1976 y 1977, para hacer el servicio militar. Retorna a Vigo. Lee, escribe, dibuja, pinta. Participa en otras colectivas. Sus primeras exposiciones individuales datan de 1978. Concluye, sin ningún interés, la mencionada carrera universitaria. Se vincula a la joven generación de pintores que viven en Vigo. En ese ambiente siente inquietud por las nuevas corrientes plásticas y viaja a Nueva York para conocerlas. Participa en la primera edición de Atlántica, en Baiona, en 1980, y en las subsiguientes de Compostela y Madrid. También estará presente en los últimos ciclos de las sucesivas exposiciones que organiza Caixavigo con motivo de su centenario, en 1980. Instala su estudio en San Paio de Navia, parroquia viguesa periférica, y en él trabaja, sueña, inventa, poetiza con trazos y formas. Su vida concluye, trágicamente, una tarde de marzo de 1982, víctima de accidente de circulación.
Dos años después el Ayuntamiento de Vigo le dedica uno de sus cuadernos de Arte Xoven Galego, editado por el Museo Quiñones de León. Su consagración le llega en 1993, con motivo de la amplia explosición antológica, acompañada de un excelente catálogo, que acoge la Casa de las Artes del municipio. La pintura de Monroy es puro sentimiento estético. Adscrito a tendencias vagamente neo figurativas, tiene relación con Matisse, con los modos más líricos del expresionismo germano y, ocasionalmente, con los grafismos de Raoul Dufy, aunque siempre es un lírico personal que se expresa con armonías de gran delicadeza cromática y un deliberado intimismo.
Muchos de sus cuadros parecen ideales ilustraciones o imágenes para acompañar a determinados poetas. Azules, verdes, grises, carmines, amarillos, están con frecuencia en su paleta. Jamás se preocupa por la perfección formal. Muy al contrario, y por complejo alejado de la minuciosidad en la ejecución, toda su obra parece la impronta de un instante de inspiración. Cada uno de sus cuadros semeja la vibración fugaz de un instrumento musical de cuerda, ensayando melodías de cámara. Cuando se aproxima a la figura humana, nunca la completa. Se limita a insinuarla, con un trazo rápido, escueto y nervioso, en el que late la autenticidad.
Da la impresión de que siente de modo permanente y pinta únicamente en momentos, en instantes. La obra de Guillermo A. Monroy ha interesado mucho en los años posteriores a su muerte, y hoy figura en museos de Galicia y en importantes colecciones institucionales y particulares. Imposible es historiar la plástica gallega contemporánea, aunque sea muy restringida la reseña, sin incluir su nombre. Contemplando esta pintura parece que asistimos a un concierto de Vivaldi.
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