martes, 5 de abril de 2011

Julião Sarmento




Julião Sarmento es un artista multimedia y pintor portugués.

Nació en Lisboa en 1948. Estudió pintura y arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Lisboa. Comenzó a exhibir en los años setenta.

Julião Sarmento Representó a Portugal en la Bienal de Venecia en 1997. Su obra está representada en varios museos y colecciones privadas.


La imagen erótica crece donde se encuentran el deseo y el temor a desear. Porque tal imagen, aunque carga de energía el psiquismo cuando pone ante los ojos el cuerpo deseado, al objetivarlo, tratándolo como un simulacro, lo declara abolido e imposible. Puede que esa sea la clave de las delicias fetichistas, a un tiempo placenteras y seguras.


Las imágenes de Juliâo Sarmento se apartan de esa dialéctica en la medida en que se centran en el fragmento. Los cuerpos femeninos fragmentados pueden leerse como negativas a ser poseídos y por eso, más que estimular el narcisismo del cultivador de fetiches, hacen aflorar en el espectador los secretos miedos que suele suscitar el deseo. Tal vez sea esa la aparición que esconde la suave apariencia de las obras en las que, en el trabajado fondo blanco del cuadro, un leve ejercicio de línea hace surgir los cuerpos inacabados.


Pero hay algo más. Sin duda hay algo más. No solo se fragmentan los cuerpos sino también los espacios. De ellos se nos dan solo unas pocas notas, las suficientes para sugerir un entorno doméstico y cerrado: el que generalmente nuestra cultura otorga a las mujeres. Eso hace pensar que estas imágenes, a la vez que estimulan la fantasía del varón, cuestionan su identidad.

Cada obra, en efecto, encierra el germen de una o varias narraciones, en las que el deseo será tan protagonista como su coartada, el miedo, pero esas historias son las de una cultura patriarcal. Puede que esta sea una segunda clave de la fragmentación de los cuerpos femeninos.

Un tercer elemento, recurrente en las obras de Sarmento, parece confirmar estas ideas: los textos. No son citas alusivas a la imagen, sino otras imágenes que hay que integrar en el ejercicio de la mirada y la fantasía que propone el autor. Se abre así un espacio reflexivo que rompe la inmediatez de la obra e invita al espectador a aceptar el papel de interlocutor: de repente se ve involucrado en la narración que, en principio, parecía ofrecérsele solo para completarla desde fuera.

EL PAIS

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