El quehacer, tanto pictórico como literario, de José Gutiérrez Solana (Madrid, 1886-1945) hunde sus raíces en un profundo conocimiento de España, de sus tipos y paisajes, de sus costumbres, sus luces y sus sombras. Coetáneo de las generaciones del 98, del 14 y del 27, Solana es considerado por los miembros de esta última generación parte de su paisaje vital, pues el artista fue uno de los pilares de la tertulia del madrileño Café de Pombo. Esta tertulia fue inmortalizada por el propio Solana en la que es una de sus obras maestras que se conservan en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Solana fue un artista solitario. Ya en la década de los años veinte aparece como una personalidad al margen de su tiempo que refleja en sus pintura oscuras atmósferas populares: tabernas, comedores de pobres, rastros, coristas y cupletistas, puertos de pesca, crucifixiones, procesiones, arrabales atroces, carnavales, gigantes y cabezudos, tertulias de botica o de sacristía, prostíbulos, despachos atiborrados de objetos o ejecuciones.
Partiendo de la obra de Darío de Regoyos y de Ignacio Zuloaga, Solana lleva la crítica de la situación social en España al extremo, sin imaginar una posible solución redentora. La paleta de Solana es más oscura y sórdida si cabe que la de Goya, porque la propia realidad española se había convertido en tal. Su obra es, en el fondo, una metáfora de la imposible modernización de España, una España que recorrió incansablemente y que tan bien reflejó en sus libros. Pese a que no tuvo discípulos ni apenas imitadores, la fascinación que Solana ejerció tanto en vida como posteriormente sobre artistas, coleccionistas y escritores, fue enorme.
MUSEO REINA SOFIA
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