jueves, 19 de noviembre de 2009

Dora Maar







(1907-1997)




Dora Maar es uno de esos casos en que el nombre de una artista se conoce mucho más por sus relaciones personales que por su propia obra. En el caso de Dora Maar, su figura se relaciona automáticamente con Picasso, de la que fue una de sus amantes más fervientes y su musa durante algunos años. Pero en realidad Dora Maar fue también una artista, en este caso una fotógrafa de renombre que llegó a ser una de las referencias del grupo surrealista y que por tanto merece un hueco en la memoria de la Historia del arte.


Dora Maar se llamaba en realidad Henriette Theodora Markovitch y era hija de un arquitecto yugoslavo y de su esposa francesa. Nació en París, aunque su infancia la pasaría en Argentina donde a su padre le habían hecho algunos encargos y donde aprendió a hablar el español. De regreso a París a los veinte años iniciaría su formación artística en la Academia Julian, aunque en realidad su suerte fue topar con dos grandes fotógrafos que la iniciarían en el mundo de la fotografía: uno Henry Cartier Bresson, que la convenció de que cambiara su nombre por otro más corto y más sonoro, de donde nació Dora Maar, y el otro G. Brasaï, que la convirtió en su protegida y le enseñó muchos recursos y trucos fotográficos. A partir de entonces Dora Maar se convierte en una fotógrafa incansable que son su Rollei en la mano realiza todo tipo de fotos, desde desnudos sensuales a retratos, o colaboraciones junto con Brasaï en revistas de moda y en publicidad.


Por entonces Dora Maar era una joven de una belleza elegante y exótica que cautivaba por igual con su mirada melancólica, que por su estilo exquisito, del que sobresalían sus manos de una perfección legendaria, acentuada por sus uñas afiladas y pintadas siempre de un rojo intenso. A ello añadía en aquellos primeros años un entusiasmo juvenil y una gran vitalidad. Todo ello acabó por rendir a sus pies al poeta G. Bataille con el que iniciaría una breve relación sentimental. Bataille además, la introdujo en el entorno político de la época, convirtiéndose en una activista de izquierdas, que a su vez la relacionó con otros grupos de intelectuales. Fue así como conoció a Buñuel y más adelante a A. Breton que la introduciría en el grupo surrealista.


En esa misma época se produciría también el encuentro que cambiaría su vida. Fue en enero de 1936 cuando se hallaba en el Café Deux Magots de París enfrente de una mesa en la que se encontraba Picasso junto a P. Eluard y Sabartés. Dora Maar empezó a juguetear con un navaja que salteaba entre sus dedos enguantados, produciéndose incluso pequeñas heridas que iban salpicando de sangre sus preciosas manos enguantadas. El juego incitó a Picasso que de inmediato se acercó a su mesa iniciando así lo que sería una relación apasionada, y que a la larga resultaría especialmente autodestructiva para Dora Maar. Durante los primeros tiempos Picasso la convirtió en su musa y de su pincel salieron cuadros tan magníficos como su Mujer llorando y preciosos retratos. También ella se vio entonces favorecida, porque su creatividad alcanzaría su mejor momento y su relación con los surrealistas le permitiría innovar y experimentar en el campo de la fotografía. Realiza así obras tan conocidas como el Retrato de Ubú, que terminaría convirtiéndose en un icono fotográfico del movimiento surrealista.

Es también en esos años cuando marcha Barcelona e inicia allí una serie de fotografías donde capta con indudable talento la realidad costumbrista y el día a día de un país en vísperas de la guerra.



Pero todo cambiaría a los pocos años. Primero fue la II Guerra Mundial y el miedo a los nazis, que perseguían colaboradores de la izquierda como lo había sido ella. Luego fueron sus desavenencias con Picasso. El pintor había empezado su relación con Dora al poco de abandonar a su mujer Olga Kokhlova y de haber tenido un hijo con Marie Thérèse Walter, que entre tanto y a pesar de su relación con Dora Maar no había dejado de seguir siendo su amante. Pero el golpe definitivo a la relación llegaría con la aparición en la vida de Picasso de François Gilot, cuarenta años más joven que el pintor, pero que se impone sobre todas sus amantes anteriores. Dora Maar, acuciada por los celos y el alejamiento definitivo de Picasso cae en una profunda depresión que la arrastrará al abismo de la locura. El mismo Picasso la ingresa en el sanatorio psiquiátrico de Sainte Anne, donde curiosamente sería atendida por Jacques Lacan por entonces todavía un joven psicoanalista.


Con el tiempo Dora Maar irá recuperándose poco a poco, pero ya nunca más sería la misma, ni como mujer, ni mucho menos como artista. Sí que volverá a la pintura que prácticamente había dejado olvidada desde sus años de estudio, y a una religiosidad y un misticismo profundo que resultarían de sus pocos consuelos. Pero mientras la figura de Picasso se iba haciendo gigante con los años, la de ella se olvidaba por completo como artista y de ella sólo iba quedando el recuerdo de haber sido una más de las numerosas amantes del pintor. Lo cual constituye un caso más que significativo, porque resulta uno de los casos más ilustrativos de hasta dónde puede llegar la anulación de la personalidad y la autonomía artística de una mujer al sucumbir al poder artístico y personal de un hombre. Aunque en este caso se tratara ni más ni menos que de Picasso.


Escrito por Ignacio Martínez Buenaga (CREHA)

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