domingo, 23 de septiembre de 2012

Ana Mendieta








Mi arte se basa en la creencia de una energía universal que corre a través de todas las cosas [...]. Mis obras son las venas de la irrigación de ese fluido universal. A través de ellas asciende la savia ancestral, las creencias originales, la acumulación primordial, los pensamientos inconscientes que animan el mundo. No existe un pasado original que se deba redimir: existe el vacío, la orfandad, la tierra sin bautizo de los inicios, el tiempo que nos observa desde el interior de la tierra. Existe por encima de todo, la búsqueda del origen
Ana Mendieta, Maroya (La Luna), La Habana, Esculturas rupestres, 1981
Ana Mendieta, Glass on Body, 1972
Ana Mendieta, Maroya (La Luna), La Habana, Esculturas rupestres, 1981




 "Anima, Silueta de Cohetes"


La muerte prematura de Ana Mendieta y el carácter efímero de sus creaciones han contribuido a que su obra, poética y crítica al mismo tiempo, se conozca de un modo insuficiente en la actualidad. Nacida en La Habana en 1948, en una familia acomodada, fue enviada a Estados Unidos a los doce años junto con su hermana Raquelín, y se crió en distintos orfelinatos americanos.


Las condiciones en que creció -el exilio, la pérdida y la marginación, como mujer y como hispana- conformarían su producción artística posterior, aunque sin caer nunca en actitudes panfletarias o particularismos autobiográficos. Mendieta asume un compromiso con su cultura de adopción, y a través de su obra articula una crítica de la sociedad que la rodea, con un fuerte contenido político feminista y en defensa de la identidad de las minorías.

 
Las primeras performances de esta artista se gestan durante su etapa de formación universitaria en Iowa, hacia la segunda mitad de la década de los setenta. En aquel momento se preconiza una obra de arte menos objetual, más interactiva con el paisaje natural y urbano, más experimental y mucho menos exigente con la permanencia física. De ahí la falta de interés de Mendieta por la resolución estética frente a su compromiso con los materiales y el proceso.


Desde los inicios de su actividad artística, el cuerpo tiene una presencia destacada en la obra de Ana Mendieta: constituye su tema y su obsesión. La artista se siente atraída en particular por el cuerpo de la mujer, que para ella es el sujeto pasivo de la violencia, el erotismo y la muerte, y a la vez es el instrumento y el material para la producción de arte. De acuerdo con esta premisa, su propio cuerpo se convierte en eje de sus performances, acciones que parten de la misma idea del cuerpo femenino como víctima del crimen y la violación, pero también como lugar sagrado.

 En este sentido, las performances de Ana Mendieta son auténticos rituales de purificación, donde la sangre, con sus connotaciones mágicas y sus claras alusiones al sacrificio, asume un protagonismo inquietante. En Death of a Chicken (Iowa, 1972), la artista, completamente desnuda, decapita un pollo y lo deja desangrarse a la altura de su pubis. Sin duda, la fascinación de Mendieta por la leyendas y prácticas religiosas afrocubanas que conociera en la infancia se refleja en esta faceta de su obra. En cambio, Rape Scene recrea el escenario de una violación y un crimen.

 [Siluetas.jpg]
Más adelante, las performances de Mendieta derivan hacia una serie de obras que tituló Siluetas. En estas nuevas manifestaciones, la artista traslada su ámbito de trabajo a la naturaleza, eliminándose ella misma como objeto material de su arte. A partir de ese momento ya no le interesa tanto su propio cuerpo como la huella que deja ese cuerpo. Inicia así un período de intensa relación con los cuatro elementos básicos de la existencia orgánica: la tierra, el fuego, el aire y el agua. Mediante las Siluetas, la artista juega con la dialéctica presencia-ausencia. La pisada, los contornos de un cuerpo realizados con ceniza, velas, flores, nieve o tierra aluden constantemente a las relaciones entre la muerte y la resurrección. Se trata de un retorno de la artista a la tierra, de metáforas que explican el regreso al útero (la madre que se quedó en Cuba), de un enterrarse en la tumba (muerte), de la regeneración de la vida (la silueta del cuerpo dibujada con flores), y en definitiva, de la libertad.

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Se casó con el escultor minimalista Carl Andre en enero de 1985. Llevaban una vida muy intensa y ambos eran artistas de éxito. Pasaron su luna de miel en el Nilo. Viajaron a distintos lugares y vivieron en la Ciudad Eterna, donde tuvieron exposiciones y donde ella residió por temporadas desde 1983 hasta 1985, después de haber recibido una beca de la prestigiada Academia de Roma.

El 8 de septiembre de 1985 la vida de Ana terminó trágicamente. Después de haber tenido una acalorada discusión con su marido, Ana cayó al vacío desde el piso 34 del edificio en el que vivía en Nueva York. Tenía 36 años de edad. Carl fue el único testigo de su muerte y dijo que Mendieta se tiró por la ventana, aunque aún la gente se pregunta qué pasó en realidad. El día del fallecimiento de la artista, su marido tenía arañazos frescos en la nariz y la frente y sus declaraciones a la policía contradijeron las que él mismo había dicho a la operadora cuando llamó al 911 en el momento del desgraciado suceso. No hubo otros testigos y sólo una persona en la calle oyó a una mujer gritar “no, no, no, no” y el golpe seco de la caída del cuerpo de Ana.


Carl Andre defendió su inocencia durante tres años y compareció en varias ocasiones ante los tribunales. Consiguió que su amigo y compañero Frank Stella pagara la fianza de 250 mil dólares y, finalmente, fue declarado inocente. Sin embargo, aún se están escribiendo artículos y libros que tratan de esclarecer este caso y que, a la vez, analizan la obra de Ana Mendieta.


Analizando ahora su obra me produce escalofríos, da la impresión como si todo girara alrededor de  UN PRESENTIMIENTO

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