martes, 2 de junio de 2020

Xenaro Carrero



. Noia (A Coruña), 27.III.1874 – Santiago de Compostela, 30.VII.1902. 
Conforma, con Ovidio Murguía, Joaquín Vaamonde y Parada Justel, la llamada “gene­ración doliente” de la pintura gallega. En realidad, di­cha generación no es otra que la del 98, pero reducida a los artistas que, a causa de la tuberculosis, murieron en el entorno del cambio de siglo, pasando a la histo­ria del arte gallego, desde la visión neorromántica de los regionalistas como el pintor Felipe Bello Piñeiro, autor de la denominación, como la gran oportunidad perdida para la creación de una escuela regional, que sí llevaron a cabo los supervivientes noventayochistas como Sotomayor y Llorens. Sin duda, la pintura de Carrero es la que manifiesta una mayor modernidad entre la de todos los “dolientes” al haber asumido, ya en los años finales, las novedades entonces introduci­das en la pintura española por Joaquín Sorolla.

Carrero inició su formación en su villa natal con Ramón Lira de Castro, un personaje culto y contro­vertido en la Noia del momento, que lo dotó de las enseñanzas académicas al uso. En 1889 su familia se traslada a Santiago de Compostela y el pintor se ma­tricula en la Real Sociedad de Amigos del País (1890-1894), logrando el último año la Medalla de Oro; aquí es condiscípulo de Ovidio Murguía, con el que mantendrá una amistad no exenta de rivalidad, y, so­bre todo, discípulo de José María Fenollera (1851-1918), un artista muy sólido, formado en la Acade­mia de San Carlos de Valencia, Roma y Madrid, que lo pondrá al día en las corrientes artísticas vigentes en España. Terminados sus estudios en Santiago, pretende continuarlos en Madrid, pero la situación económica familiar no se lo permite.

 Concurre a la Exposición Nacional de 1895 con una obra costum­brista, Los Cantores de la Catedral, con la que obtiene una mención honorífica. Este pequeño éxito lo lleva a intentar la aventura madrileña y se traslada a la ca­pital, donde concurre a la siguiente Exposición Na­cional, ya con una obra de contenido social, Caridad, con la que vuelve a conseguir otra Mención Honorí­fica. Esta obra la cede a la Diputación de La Coruña, que, en señal de gratitud, le otorga una beca, permi­tiéndole proseguir con sus estudios madrileños: es en­tonces cuando Carrero se matricula en San Fernando, entra en el taller de Sorolla, donde coincide con Fran­cisco Llorens, y asiste al taller de Manuel Domínguez Sánchez, profesor auxiliar de la Academia, famoso por su honradez técnica; en ese taller, además, conoce a Sotomayor.
En 1898 contrae matrimonio. Las dificultades eco­nómicas se incrementan porque la beca de la Dipu­tación coruñesa resulta claramente insuficiente para su nuevo estado, pero, en ese momento, obtiene la protección de Montero Ríos, a la sazón presidente del Senado y mecenas de varios artistas gallegos. Carrero es nombrado interinamente restaurador de la sección de Pintura del Museo del Prado, plaza que ocupará hasta finales de marzo de 1900, en que es suprimida por falta de presupuesto. Este cargo le permitirá no sólo una desahogada situación económica, sino tam­bién estar en una posición privilegiada para estudiar la obra de los grandes maestros españoles.

En la Exposición Nacional de 1899 obtiene la Se­gunda Medalla con un tema nuevamente de rea­lismo social, Víctima del Trabajo, lo cual propiciará que goce de cierta popularidad y que reciba nume­rosos encargos de la importante colonia gallega en la capital. Es entonces, además, cuando su pintura se transforma en la estela del luminismo sorollesco. Sin embargo, también en ese momento, enferma de tu­berculosis, para la que buscará curación en la sierra de Segovia y, todavía con la esperanza de curarse, retor­nará a Santiago en la primavera de 1902, donde mo­rirá unos meses después.

Real Academia de la Historia

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