viernes, 11 de junio de 2010

UNA APROXIMACION AL ARTE DEL MAL GUSTO


En el arte moderno hay muchas cosas poco agradables. Francis Bacas, por ejemplo, las formas de arte concreto, en términos generales, tienden a mostrar el ángulo menos grato de la existencia humana. Como ha dicho Antoni Tapies, el sentido de una obra se basa siempre en la posible colaboración del espectador". Resulta claro, por consiguiente, que cuanto más esfuerzo de asimilación, de integración, requiere una obra de arte, más cerca está de su sentido dialogante e idealmente abierto. El conformismo académico se basa precisamente en la no existencia de una colaboración inteligente por parte del espectador. Por eso, con palabras de Umberto Eco, "la deseducación artística del público (y por lo tanto, de la ruptura entre arte militante y gusto normal) provienen del sentido de inercia estilística, del hecho de que el lector o espectador tiende sólo a gozar de aquellos estímulos que satisfacen su sentido de las posibilidades formales (de modo que sólo aprecia melodías iguales a las que ya ha oído, líneas y relaciones de las más obvias, historias de final generalmente "feliz"). Hasta el punto que el "gusto normal" identifica con el "mal gusto" todo aquello que se aparte de los cánones del conformismo soporífero y tranquilizador, de la catarsis de las buenas digestiones y el aproblematicismo de las tradiciones estrictamente repetitivas o con una mínima dosis de ruptura con los precedentes.


Con este mecanismo deglutidor la noción de "belleza" tiende a confundirse con el confort físico o espiritual. Una obra será tanto más bella, por tanto, cuanto se avenga a dejar de causar problemas de conciencia o de provocar estados de inquietud o abrir interrogantes difíciles de contestar. ¿Se puede mantener eticamente, hoy en día, que tiene razón Norman Mailer cuando habla de que la belleza es armonía? Puestos a buscar definiciones, pienso que pocas cosas serían más controvertibles. Valle Inclán, por ejemplo, opinaba que la belleza es "la intuición de la unidad, y sus caminos, los caminos de Dios". Thorsten Veblen, menos idealista, no dudaba en señalar que la sociedad confunde lo bello con lo caro. En fin, que quizá Aristóteles ya había dado en la diana al decir que la poesía, la belleza, solo puede ser el hombre en acción. En una palabra, que la belleza, al revés de lo que dijo Valle Inclán en un momento de euforia teísta, es la intuición de los caminos de la diversidad, y sus caminos, los senderos reales, físicos, de la aventura humana. Quien hace belleza es siempre un "suplantador de Dios", según la conocida fórmula de Mario Vargas Llosa.

La belleza nunca es una concepción pasiva, inerte, siempre equivale a un sentido dinámico de la historia, a una interpretación progresista de la sociedad. Tal como quería Lukács, la belleza tiene que cumplir una función "rescatadora" no sólo respecto "de los efectos distorsionantes de la sociedad capitalista", sino frente a cualesquiera servidumbres o alienaciones.


La belleza, en el fondo, es el resultado de un inacabable combate contra el miedo. El hombre, desde los tiempo de las cavernas, ha luchado por dominar una naturaleza esquiva y huraña. Siempre ha mirado con recelo hacia el mañana, hacia las cosas, hacia los restantes hombres y animales. La belleza, por consiguiente, se ha integrado en una lucha secular contra lo desconocido, conta las fuerzas de la vida, contra la superstición, contra las costumbres y los anacronismos intelectuales. Las dos dimensiones de esta larga historia han sido la utilidad funcional, en el plano más empírico, y el deseo de convertir los progresos humanos en estímulo a la inteligencia y a la libertad. Esto, y poco más, es la historia del arte, un desafío permanente contra los dogmas y prejuicios de cada hora. Un desafío en el terreno de las técnicas de representación o de las normas sociales del buen gusto. Una permanente blasfemia. Pero por eso mismo la búsqueda estética no puede ser halagadora ni grata y, tan a menudo resulta desagradable, hiriente ¿Por qué? Sencillamente porque escarba en el reducto secreto del miedo, de las limitaciones y las angustias. Y trata, a fin de cuentas, de convertir en materia humana elementos que hasta entonces suscitaban el repudio de la gente. Quizá para que una cosa sea algún día hermosa es necesario que previamente sea irrespetuosa, atrevida, "fea", de "mal gusto", según los códigos establecidos. Solo pueden ser bellas aquellas cosas que toman partido a favor de la historia, de la vida.


Sigmund Freud, en su ensayo sobre "el interés del psicoanálisis para la estética, escribió estas esclarecedoras palabras: "las fuerzas impulsoras del arte son aquellos mismos conflictos que conducen a otros individuos a la neurosis y han movido a la humanidad a la creación de sus instituciones... El artista busca, en primer lugar, su propia liberación, y la consigue comunicando su obra a aquellos que sufren la insatisfacción de tales deseos. Presenta realizadas sus fantasías, pero si éstas llegaran a constituirse en una obra de arte, es mediante una transformación que mitiga lo repulsivo de tales deseos..."


Esa mitigación de la repulsivo equivale a ampliar el dominio de las cosas humanas arrebatando nuevas zonas a lo desconocido, al miedo y al tabú. La conquista de la belleza equivale a un proceso de conquista. Es una lucha entre el hombre y la represión, entre el progreso y las alienaciones. La irritación que este proceso provoca, sobre todo cuando se utilizan técnicas expresionistas, fue sagazmente puesta de relieve por Herbert read. El artista "deja de adular su (del público) vanidad y no satisface de ningún modo su idealismo superegoísta. Se encuentra en rebeldía contra las convenciones normales de la realidad..." A eso es lo que se donomina "mal gusto". El "gusto" equivale al código estético de la élite dominante. El "mal gusto", simplemente es la revolución artística.

En la medida en que todo esto es anticonvencional, y que el arte se asigna una función "rescatadora", parece comprensible que el aparente "mal gusto" resulte necesario y hata cierto punto imprescindible. Sin provocar al espectador, es decir, zahiriendo su indiferencia, no sería posible que la obra cumpliera el alto destino al que ha sido llamada.


MI COMENTARIO- He encontrado en casa un buen número de revistas -GAZETA DEL ARTE- Este artículo está escrito por JOSEP MELIA en el año 1974- Me parece interesantísimo y totalmente de actualidad, por eso OS LO PASO.

¿Quien no ha salido realmente "indignado" de una exposición, de un concierto o cualquiera otra manifestación de arte? Me estoy riendo a carcajadas, os lo aseguro. Yo, que soy vehemente a veces he sentido esas ganas de darme con la cabeza contra una pared, simplememente por haberme dejado utilizar (esa sensación de que te han tomado el pelo)...(Entre nosotros, me irritan más los "super enterados intelectuales" que parecen comprender todo "a la primera", con cara de no haber tenido nunca un moco. Yo indignada, intentando entender...proceso que me puede llevar años- y esta gente tiesa como si se hubieran tragando un sable) pero, estoy totalmente de acuerdo con el artículo, DE ESO SE TRATA...si el arte no es "rompedor" ahí se queda.

¿Que comentario podría hacer "un espectador de la época" ante este Picasso?

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