domingo, 25 de agosto de 2013

JOSE MARIA BARREIRO GOMEZ

«En los años 60 el Eligio era el verdadero centro cultural de Vigo»

Barreiro afirma que sentir nostalgia de vivencias pasadas «es una de mis mejores riquezas». Valora especialmente los cuatro años que compartió piso con Lugrís
Desde edad bien temprana demostró José María Barreiro sus dotes para la pintura. «En el colegio hacía los exámenes de dibujo a los compañeros», afirma. Éstos se limitaban a dar el cambiazo y, claro, aprobaban. Mal se imaginaba él (ni su madre, que solía quejarse de que le dejaba la casa «hecha un cristo»), que un día su obra estaría colgada en instituciones, museos, galerías y casas de coleccionistas de todo el mundo. El último escenario en el que descubrió una fue en el vestíbulo del hotel Sheraton de El Cairo.


Puesto en la tesitura de elegir rincón se decanta por el Eligio, aunque también le gusta la zona de la Travesía de Vigo en la que se levanta una de sus contadas esculturas. Asegura que «en los años sesenta la taberna de Eligio era el verdadero centro cultural de Vigo». Recuerda que allí nacieron iniciativas como la exposición de pintura de la plaza de la Princesa.
Barreiro sigue siendo cliente de la taberna que un día fue escenario habitual de encuentro, entre otros, de Blanco Amor, Celso Emilio, Don Valentín, Don Paco, Oroza, Pousa, Mariño, Lodeiro, Mantecón, Massó, Alfageme... que, en torno a una taza de vino, hablaban (o discutían si se terciaba) sobre lo humano y lo divino.


Apenas había cumplido los 18 cuando realizó su primera exposición. Su ilusión era viajar a París. Trabajó como escaparatista -«está mal que yo lo diga pero soy un buen decorador»- para poder cumplir dicha ilusión. En la capital del Sena, bajo cuyos puentes durmió más de una vez, pudo pagarse el alquiler de una buhardilla compartida precisamente ejerciendo de escaparatista en Lafayette.
Pasado un año le reclamaron desde Vigo. Los mejores comercios de la ciudad se rifaban su trabajo, así es que siguió compartiendo pintura y decoración. Prácticamente recién llegado conoció en el Eligio a Urbano Lugrís. Éste no estaba en su mejor momento personal, apenas pintaba y prácticamente vivía en la indigencia. «Me lo llevé a casa. Estuvo conmigo cuatro años. Es imposible contar con palabras lo enriquecedor que resulta tener una persona como él a tu lado», asegura.


Otro pintor que influyó en la vida de Barreiro fue Laxeiro. Se conocieron durante un viaje del de Lalín, que entonces residía en Argentina, a Vigo. «Cuando vio mi pintura me invitó a exponer en Buenos Aires». Aceptó la invitación. Para abonar el pasaje a bordo del Pasteur (11.000 pesetas) tuvo que recurrir a un prestamista, al que dejó en prenda un cuadro del propio Laxeiro. «Iba por tres meses y me quedé cuatro años». El cambio de planes empezó cuando nada más llegar tuvo que ponerse a pintar porque se había quedado sin obra durante la travesía. «El capitán me invitó a hacer una exposición a bordo y vendí buena parte de los cuadros», relata.


No lo tuvo fácil en Buenos Aires, cuya efervescencia cultural le fascinó. De la pintura no podía vivir y como no tenía papeles no le daban trabajo. Pidió en Harrods que le dejaran hacer una prueba de escaparatismo mientras preparaba los papeles. Esa misma noche, cuando llegó a casa de Laxeiro, tenía un recado del director para que se presentara en su despacho. «Dos días después tenía el permiso de residencia», cuenta.


Cuando en 1973 regresó de América la mayor tristeza fue encontrar hospitalizado a Lugrís, que murió ese año. «Estábamos en la habitación Antón Patiño y yo. Le enterramos un día lluvioso, triste, en una tumba prestada... Sentir nostalgia de todas las vivencias es una de mis mejores riquezas», dice.
Barreiro, que está preparando la exposición que a finales de año abrirá en A Coruña, no es un artista metódico. Su única rutina diaria es ir al estudio nada más levantarse y encender la luz. Prefiere no poner etiquetas ni a su pintura ni a su escultura, disciplina que empezó a explorar hace unos años. «La obra del artista habla por sí sola y no precisa de representaciones teatrales de su creador», afirma. Añade que la mayoría de los genios pecaron de sencillez y de inocencia.
  • LA VOZ DE GALICIA

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