jueves, 7 de marzo de 2013

Pedro Calapez





Desde hace casi una década, Pedro Calapez (Lisboa, 1953) ha conocido en nuestro país un éxito notable, confirmado por algunos premios y por las exposiciones que le han dedicado el MEIAC de Badajoz (Ecos de la materia, 1996) y la Fundación Miró de Mallorca (Campo de Sombras, 1997). Las composiciones de Calapez, integradas por pequeños “cuadros” de colores intensos, organizados en hileras contrastadas y rítmicas, poseen un encanto casi musical. Alguien podría interpretarlas como “instalaciones” de pintura, en el sentido por ejemplo de los surrogates de Allan McCollum, cuyos elementos se agrupan en número y distribución variable dependiendo del espacio de cada exposición. Pero no son nada de eso. 


No se trata de meros agregados, sino de composiciones coherentes. Como explica el propio Calapez, los orígenes más remotos de su formación plástica están ligados al espíritu de la Bauhaus y su planteamiento del proceso creativo es rigurosamente constructivo: el artista realiza primero un boceto del conjunto y luego pinta cada uno de los elementos que la integrarán. En todas las composiciones, incluso cuando tienen un contorno irregular o una estructura aparentemente aleatoria, descubrimos paralelismos, inversiones, simetrías latentes y secretas entre las hiladas de “ladrillos” de diversos formatos, volúmenes y colores.
La obra de Calapez se entronca con el interés por el políptico, por la composición articulada en varios elementos separados, que recorre la tradición de la pintura sistemática del siglo XX. Desde el Rojo-Amarillo-Azul de Rodchenko o los trípticos de Theo van Doesburg hasta la proliferación de polípticos en torno al minimalismo, en la obra de Ellsworth Kelly, Frank Stella, Robert Ryman, Brice Marden, Robert Mangold, Alan Charlton o Jo Baer. Lo que añade Calapez a esta tradición es una mayor intensidad pictórica, una mayor riqueza de acontecimientos en el interior de cada uno de los “cuadros” que forman sus composiciones. Algunos de estos “cuadros” presentan un dibujo esquemático esgrafiado sobre una capa de pintura monocroma (que procede de los dibujos en blanco y negro que Calapez realizaba a comienzos de los noventa). 


Otros elementos, la mayoría, combinan varios colores en una composición abstracta cuya factura recuerda a veces a Gerhard Richter y a veces a Howard Hodgkin. Calapez extiende con la espátula, sobre una capa de pintura todavía húmeda, otra capa de un color en furioso contraste con ella, de forma que se mezcle un poco con lo de abajo, pero sólo un poco. 

El Cultural


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