viernes, 9 de septiembre de 2011

Amelia Peláez






De la casa paterna en Yaguajay espirituano, donde transcurrió toda su adolescencia, conservó Amelia el purismo de los colores, la reverberación insolente de la luz del trópico, el cromatismo de la intemperie; después habría de domeñar el talento, poner bridas a la exuberancia desmedida del barroquismo criollo, civilizar aquella fiebre retiniana que signaría para siempre su paleta.

La academia le brindó un impás de cordura a la sombra de Romañach, pero Europa la esperó segura de sus presagios; ella misma supo siempre lo que quería, hizo siempre lo que pensó y entonces vinieron los des-encuentros con la Escuela de París, con la geometría del espacio cubista, que caló hondo en su poética de principiante y trascendió toda su obra de madurez.

Regresó con la vehemencia de quien está listo para la simbiosis en un mundo de significaciones múltiples: la maestría de gran disciplina europea domeñando el sensualismo desbordado del trópico, la luz espejeante, las vivencias de su raíz provinciana, de su medio insular.

Deconstruyó entonces, como se resuelve un problema geométrico, todos los motivos que le ofreció el entorno: frutas, flores, arquitectura, ornamentos, y los ciñó mediante una línea, gruesa, negra y poderosa. Así, se hizo paso hacia la posteridad inaugurando lo cubano en la pintura, abriendo las puertas de lo moderno desde su paleta abigarrada y criolla.

Quienes han querido ver en su obra epígonos baldíos del decorativismo olvidan la complacencia que un público ganado por la redundancia le impuso, ven en la línea sensual del barroco, en la riqueza ornamental y el purismo de los colores un signo equívoco de ese primer encuentro con lo cubano, olvidan cómo "lo cotidiano pierde su carácter accidental, efímero, para erigirse en monumento autóctono. Así se restablece en ocasiones el equilibrio entre el pudor, la contención y el desbordamiento sensual".

Amelia Peláez del Casal, espirituana y universal, pintora, ceramista, ilustradora y cultora de la técnica mural, no hubiera podido pintar en cualquier otra parte del mundo por una razón imponderable: la acendrada luz de su cubanía.

Tomado de Escambray

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