miércoles, 8 de agosto de 2012

Armando Morales






Armando Morales Sequeira (* Granada, Nicaragua el 15 de enero de 1927 - † 16 de noviembre de 2011 en Miami, Florida, Estados Unidos) fue un pintor nicaragüense que ha sido reconocido con el premio Ernest Wolf como el "Mejor Artista Latinoamericano". Morales ha mostrado su obra a nivel internacional en diferentes pinacotecas como la Galería Claude Bernard de París, el Museo de Arte Moderno de México o la Galería Belcher de San Francisco. En su país es considerado una figura relevante de las artes plásticas. Tambíen fue representante de su nación ante la Unesco en los años 1980.

 Morales se mudó a temprana edad con su familia a Managua. Fue desde ese tiempo que empezaba a mostrar interés por el arte, pues a los 11 años pintaba paisajes imaginarios.  Cursó estudios en la Escuela de Artes Plásticas de Managua bajo la dirección de Rodrigo Peñalba. A los 19 años fue becado para estudiar en Estados Unidos, pero sería aplazado por no contar con los gastos complementarios. . A partir de 1959 participó en varias exposiciones internacionales en América y Europa, donde recibió varios premios




Una vez en en Nueva York, Morales fue influido por la tendencia abstracta de artistas americanos y europeos del momento. Hacia 1966, dejó la abstracción para volver a lo figurativo, pintando paisajes tropicales y la figura humana, pero no dejando los elementos contemporáneos (gamas de colores impresionistas, la textura y los fondos misteriosos). Según la revista En Exclusiva el estilo de Morales era:
La combinación de lo contemporáneo con elementos de su tierra natal forma su estilo personal, un estilo realmente único y que le pertenece sólo a él. Y es que cuando un conocedor se encuentra frente a uno de sus cuadros sabe a primera vista, indiscutiblemente, que se trata de un Morales



 En 1972 trabajó como profesor de pintura en el Cooper Union de Nueva York, y luego pasó a ser agregado cultural del Consulado de Nicaragua en esta ciudad. Morales vivió y trabajó durante muchos años en esta urbe, realizando innumerables viajes a Europa y Latinoamérica. En 1982 se trasladó a París.   El año siguiente (1983), Morales conoció al galerista Claude Bernard (uno de los más reconocidos dentro del mundo artístico), quien luego se convirtió en su principal representante. Con este galerista, Morales tuvo exposiciones individuales en la Galería Claude Bernard de París y en las ferias FIAC y Art Miami. Morales también tuvo exposiciones en los principales museos de Perú, Bogotá, Caracas y México, D. F., entre otros.




De su obra, Morales opinó:
Aun si mi pintura no tiene los colores brillantes, vistosos que se identifican con la idea que se tiene de lo latinoamericano, es muy latinoamericana en la forma de acercarse a la pintura y a sus temas. El hecho que trabaje mis cuadros en París, Londres o Nicaragua es circunstancial. Siempre son mis bodegones, mis desnudos y mis selvas.
Asimismo, en cuanto a su ambiente de trabajo, aseveró:
Prefiero evitar situaciones de la vida cotidiana, ver televisión o leer los periódicos. Tengo un almacén de imágenes y cuanto más limpio esté de basura, más probable es que las ideas útiles permanezcan allí

 




GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ SOBRE ARMANDO  MORALES
Llegó a las cinco en punto. Eso, entre jóvenes, es una virtud rara. Pero en el curso de nuestras largas conversaciones en mi casa de México habría de descubrir que Armando Morales era dueño de otras virtudes sobrenaturales. Llevaba un traje de lino color de trigo y una corbata alegre, y todo él tenía un aire de artista despistado que no se conciliaba con su maletín de agente de comercio. Pocos días antes me había escrito una carta con una posdatita: "Vivamos mucho, no andemos muriéndonos tanto".


Still Life by Armando Morales


Tenía deseos de encontrarlo y saber cómo era, desde que vi por primera vez un cuadro suyo entre los Zurbaranes inciertos y los Andy Warhols de feria de una mansión de millonarios. Era una corrida de toros, cuyos protagonistas no parecían pintados en el lienzo sino talladas en plomo. Y sin embargo, el cuadro tenía el dramatismo de esplendor y de muerte de la fiesta brava.
"Caray", me dije. "Este hombre no le tiene miedo a nada".
En los años siguientes tuve ocasiones de sobra para confirmarlo, pues encontraba cuadros suyos donde menos lo pensaba, con esa recurrencia mágica con que uno vuelve a encontrar varias veces en un mismo día a una antigua novia que no había visto durante mucho tiempo. Vi mujeres fugitivas de los Evangelios, rocallosas y sin rostros, que se bañaban en templos inundados, selvas enrarecidas por el olvido, suertes de tauromaquia petrificadas por el terror.


Girl in Red by Armando Morales

Vi a la muy antigua y noble ciudad de Granada , la de Nicaragua, repartida a pedazos en cuadros numerosos, en calles sin rumbo, perros rupestres, un coche de caballos sin control con el auriga muerto en el pescante, y su lago temperamental con ínfulas oceánicas, su lago una vez y otra vez, su lago inevitable, como un fantasma agazapado a la vuelta de cada esquina: su lago siempre.
Pues Armando Morales es capaz de pintar cualquier cosa, cualquier instante, cualquier sentimiento, sin someterlo a la servidumbre de ninguna moda. Es realista de una realidad que sólo él conoce, y que lo mismo puede ser del siglo XVI que del siglo XXI: el tema determina el modo.

Ha viajado por todo el mundo, ha vivido y pintado con su inventiva sedienta en la manigua de Nueva York, en la metrópoli de la Amazonia, en Paris con amor, en Londres sin ti, pero a todo el mundo lo ha visto con sus ojos de granadino impenitente. Tiene un cuadro de San Giorgio Maggiore, en Venecia, con su campanario y su vaporcito de Vivaldi, pero sus sombras diagonales y sus aguas encrespadas siguen siendo las mismas. Así es: sus desafueros creativos; se delatan a sí mismos de inmediato por una misma seña de identidad: el vasto silencio de sus cuadros, alumbrados aún a pleno día por la luna llena de Granada.
Sólo después de conversar con él durante muchas horas, en nuestras dilatadas tardes  México, entendí que Armando Morales no le tuviera miedo a nada. Más aún: me pregunté si hubiera sido pintor de no haber nacido y crecido en Nicaragua, y si sus cuadros hubieran sido posibles en una realidad distinta de la fantasmagórica de su patria  de endriagos y guerreros, de aguaceros inmemoriales y despelotes de amor, donde la iguana y el armadillo son platos nacionales, y donde estuvieron casi al mismo tiempo un aventurero gringo que se coronó emperador, y don Rubén Darío , uno de los grandes poetas de este mundo.
Por fortuna nacoysecrir5allí, dentro de sus propios cuadros, bajo el signo ineluctable de Capricornio. Su infancia es un modelo ejemplar de¡ poder de la vocación, se formó solo, y lo puede probar ante los tribunales, pues aun conserva en sus archivos el primer dibujo que hizo a los tres años. Es un barco pintado con lápices de colores en el dorso de una tarjeta postal que su padre mandó de Alemania cuando se fue a comprarlo que sólo un nicaragüense de 1920 podía comprar en Alemania: una fábrica de ladrillos. Pues bien: en ese dibujo prehistórico se vislumbra ya el resplandor de esa luna errante que ha hecho de Armando Morales uno de los grandes pintores de este siglo moribundo.

Su recuerdo más antiguo es el trimotor anfibio que pasaba rugiendo como un tigre de papel sobre el gran Lago embravecido, a lo largo de los años en  la Armada de los Estados Unidos ocupó el país. El cree quede ahí le viene su terror de volar, que tantos compartimos, y alguna vez trató de conjurarlo con una cura de burro: volando sobre la Amazonía le pidió al piloto que le hiciera las indicaciones básicas, y tomó el mando del avión. los gérmenes de su mundo lunar estaban inclusive dentro de la propia familia, Su abuelo paterno, el doctor José María Morales, se había hecho médico en Alemania, pero jamás logró que sus clientes de Granada le pagaran con dinero. Le pagaban con gallinas, tabacos, cerdos, calabazas, y aún con una vaca descarriada en e¡ más grave de los casos. Al doctor Morales le parecía justo.
"No más faltaba ?decía? que además de estar enfermos tuvieran que pagar".
Bautizó a sus cinco hijos con nombres que empezaban con las cinco vocales en orden: Adán, Evangelina, Ismael, Orlando y Ulises. Todos vivieron largos años, y tuvieron la decencia de morirse como habían nacido: por orden alfabético. El primero, don Adán Morales, fue el padre de¡ pintor.

Su hermana mayor, Lillian, quien realidad se llamaba Edna María Victoria, era una dama de las de antes, que se vestía para las visitas de los domingos con trajes de muselina y sombrero de organza, y entretenía las horas muertas de las siestas ajenas pintando flores al óleo en pañuelos para decir adioses. Años más tarde, Armando Morales encontró su recado de pintar entre los cachivaches olvidados de un baúl oloroso a sándalo y naftalina, rescató los tubos de colores y los frascos de trementina, y con ellos pintó sus primeros cuadros al óleo. Pintaba todo lo que veía, todo lo que recordaba, todo lo que quería, pues desde entonces parecía convencido de que todo lo que sucede en la vida es digno de ser pintado.
Su padre, como todos los padres, quería que heredara el negocio familiar, que muy al modo de la familia era al mismo tiempo farmacia y ferretería, y lo estimulaba más hacia las matemáticas y las ciencias que hacia las buenas artes. Armando Morales no lo contradijo nunca. Siguió dibujando durante las clases a espaldas de los maestros, y aprobaba los exámenes de álgebra y de química con las respuestas copiadas de sus vecinos. Lo que no supo hasta muchos años después, fue que su padre vigilaba con ilusiones inconfesables el encarnizamiento de su vocación, y sin que él lo supiera coleccionó durante años sus dibujos de niño, disimulados dentro del libro de contabilidad de la ferrofarmacia.


Fue un triunfo de la tozudez de ambos. Cuando se abrió la primera escuela de Bellas Artes en Managua, Armando Morales fue el primer alumno. No sólo porque se inscribió antes que nadie y fue el más destacado, sino porque fue el único que llegó puntual a la primera clase del primer día: a las cuatro en punto. El maestro era don Augusto Fernández, un refugiado de la guerra civil española que acabo de vivir hace pocos años en México y dejó inéditas y sin destino más de doscientas ilustraciones de El Quijote. El sueño de Armando Morales en aquel tiempo era irse para Nueva York a hacer un curso de perspectiva que duraba cinco años.
"El maestro Fernández dice ahora, muerto de risa me la enseñó desde el primer día mientras llegaban los otros alumnos en una hora".  Entonces tenía veinte años y sólo le hacían falta los recursos técnicos, Portu ya llevaba dentro para siempre e¡ plenilunio de Granada. Conocía la pintura de los grandes maestros en reproducciones de libros, pero no había visto ninguno en carne viva. La primera vez que lo vio fue en una exposición (de pintores latinoamericanos en Managua. Allí se hallaban los más grandes: Tamayo, Portinari Roberto Matta  y Wilfredo Lam, y obras de caballete de los muralistas mexicanos que por aquellos días estremecían al mundo.


La sorpresa de Armando Morales a primera vista fue que todos eran idénticos a como los había imaginado. Tal como le había ocurrido con su primer cuadro de toreros, que copió del respaldo de una baraja española cinco años antes de que viera en el Perú, por primera vez en su vida, una corrida de toros. Permaneció muchas horas frente a cada cuadro, durante todo el tiempo que duró la exposición, escudriñando la malicia de la textura, desentrañando los secretos de su maestría, el misterio de su eternidad, y vio que todo era como él creía haberlo inventado en su soledad de Granada. Sólo entonces, sin haber salido nunca de Nicaragua, se atrevió a mandar un cuadro a la Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte de la Habana, en 1954, y se ganó su primer premio. En ese cuadro era ya evidente que aquel joven compatriota de Rubén Darío, con el mundo iluminado por su luna personal, no le tenía miedo a nada. Salvo a los aviones, por supuesto.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
(Cartagena de Indias, agosto 1992)
Premio Nóbel de Literatura, 1982

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