miércoles, 19 de enero de 2011
JUAN DE ECHEVARRÍA
Un par de modelos de bodegones y media docena de excelentes retratos pueden no parecer un gran legado artístico, pero hay bastantes pintores españoles coetáneos de Juan de Echevarría (Bilbao, 1875 - Madrid, 1931) con peores marcadores. En esa época, País Vasco y Cataluña alentaban una modernidad atemperada importada necesariamente de París, y Echevarría, primogénito de un gran industrial bilbaíno, era seguramente el artista de formación más cosmopolita (Francia, Inglaterra, Alemania, Inglaterra); fue uno de los más entusiastas defensores del postimpresionismo francés y participó de algunas de las iniciativas más trascendentes para el avance artístico de la España del primer tercio del siglo XX.
Echevarría empezó a pintar tarde, a los 31 años, y su prematura muerte, junto a una permanente insatisfacción que le llevó a destruir no pocas obras, explica la relativa brevedad de su producción. Fue un pintor con cualidades técnicas y muy buen gusto, pero carecía por completo de creatividad compositiva y de ambición significante.
Creó básicamente tres grupos de obras: los floreros y bodegones, las gitanas y los retratos. Las naturalezas muertas, de colorido bello y armónico, son utilizadas a menudo para hacer homenajes artísticos laterales (semiescondidos en libros o estampas) y repiten una y otra vez disposiciones básicas: el jarrón con flores, el frutero, el libro, el mantel y la estampa se combinan según dos o tres modelos de primer curso de dibujo. Sobre las gitanas, él mismo escribiría:
“Mis obras de Granada están orientadas en sentido exclusivamente pintoresco (...). Mi sensibilidad no se dejó impresionar de otra manera, no alcanzó a ver un espíritu profundo en las cosas de aquella tierra”. Parecido pintoresquismo, esta vez miserabilista, se impone en las obras más oscuras realizadas en Salamanca. En ellas cita, tarde, la época azul picassiana, pero también se sitúa marginalmente en la línea de los reivindicadores del heroísmo del paisaje y los tipos vascos o castellanos, como Ramiro de Maeztu, que en 1915, cuando Echevarría iniciaba esta deriva, presentaba en la Exposición Nacional de Bellas Artes, El ciego de Calatañazor y pinturas similares.
En los retratos, sin embargo, Echevarría salva el tipo con margen. Su pequeña galería de literatos es magnífica. Los retratos de cuerpo entero de Unamuno y Valle Inclán tienen mucho carácter y los de medio cuerpo de otra vez Unamuno, Baroja, Azorín y Juan Ramón Jiménez no desmerecen. En estos últimos, alineados en la exposición, se comprueba una vez más los limitados recursos compositivos del artista que, aunque variando el telón de fondo, sitúa a sus modelos sentados con el mismo ángulo, mirando hacia el mismo lado y con las manos en posición parecida. En un tercer conjunto de pequeños bustos ante fondos tejidos con pinceladas turquesas destacan las efigies de Durrio y J.M. Salaverría.
EL CULTURAL
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