lunes, 24 de enero de 2011

Omar Galliani



Nacido en 1954 en Montecchio Emilia, donde vive y trabaja, Omar Galliani estudió en la Academia de Bellas Artes de Boloña y enseña pintura en la Academia de Bellas Artes de Carrara. En los inicios de los años ochenta ha sido un exponente relevante del grupo de los Anacronistas y del Mágico Primario.

Omar Galliani es desde hace muchísimos años una figura central del panorama artístico italiano no sólo por haber sido entre los primeros a adherir en los años ’80 a la “nueva figuración”, sino por haber desarrollado en el transcurso del tiempo una técnica de trabajo “única” en su género que lo ha llevado a exponer en muchos países del mundo.

Revisitando la historia del arte Omar Galliani fue siempre llevado instintivamente a privilegiar el dibujo y la composición respecto de la fuerza del color que en sus obras fue y se mantiene siempre como un transfondo. La supremacía del dibujo es para él, respecto del uso del color –que permanece como un medio– una especie de trámite a ser utilizado como “medium expresivo”, sometido a la forma compositiva y al placer de la contemplación.

Las obras de Galliani son un elogio a los tres reinos: mineral (el grafito), vegetal (el álamo), animal (la anatomía humana). La lenta sedimentación del grafito crea las imágenes, estados del ser que deben su propia identidad al espesarse los signos sobre las nervaduras de la madera o en la porosidad del papel. De modo particular, la madera de álamo es un material vivo, se dilata o contrae según el clima, las estaciones, sometiéndose a un lento pero gradual amarilleo que año tras año destaca el paso del tiempo.

La base deviene por lo tanto ella misma parte de la creación, de un devenir demiúrgico incansable que prosigue allí donde se ha interrumpido la intervención del artista, por supuesto resolutiva, pero nunca absoluta. Viceversa, el grafito, considerado por el artista como una “geología profunda”, genera las profundidades siderales de las imágenes, rostros y cuerpos que son como planetas, constelaciones capaces de absorber y destilar el fulgor tenebroso de la mina. Probablemente no bastaría un único gran observatorio para observar todas estas anatomías que sólo a lo lejos pueden identificarse en una mujer – alma auroral, “biología originaria a la cual pertenecemos”.

Los Diseños siameses son símbolos del infinito, las Nuevas anatomías son símbolos biológicos que esperan convertirse en obra (no de signo anatómico, sino de antomía del mismo dibujo), mientras que los Nuevos Santos son símbolo del erotismo, suspendidos entre la percepción de los sentidos y las visiones interiores (a través de las cuales descarriamos el abismo, oscuridad de la existencia que no es más que un indefenso recomenzar).

Pero si las Santas de los textos canónicos eran demasiado castas y ascéticas para suscitar el deseo de la lujuria, las (Ma)donnas de Galliani son más sensuales que espirituales. En modo diverso a las Beatas hieráticas, capaces de infundir la paz de los sentidos, los Nuevos Santos son modelos cuyo glamour induce en la tentación. Fascinación, sensualidad y seducción promueven en el expectador la convicción de poder yacer con ellos en un abrazo cualquier cosa menos virtuoso.

Alejándose de la castidad de la fe, las diosas-mujeres se acercan en forma más verosímil a las diosas pecaminosas de la mitología, siempre en el centro de amores irrefrenables y turbulentos. Así, las figuras de Galliani son una fusión de mito y religión, el nimbo (a guisa de corona de espinas) las consagra y contemporáneamente las fustiga (permaneciendo ensangrentadas).

La pasión religiosa, entendida como aflicción tormentosa, cede a la pasión amorosa, carnal y cotidiana. En la práctica hemos pasado del éxtasis al trance sexual, tensión erótica con olor a pecado y no ya a santidad.

Fuente: /centro cultural borges

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