Antes que pintor, Frantisek Kupka (1871-1957) fue espiritista, incluso ejerció como medium en su Chequía natal, y sus intereses teosóficos y naturistas, también era vegetariano, las trasladó a la búsqueda de un arte espiritual que para él sólo podía ser abstracto. Fiel hijo de su época, se interesó por los avances científicos y, en especial, por los estudios ópticos, así como por la traslación de la música a la pintura. "Oscila entre los espiritual y lo científico por lo que en su obra hay una especie de síntesis entre la abstracción geométrica y la orgánica",
Kupka es uno de estos artistas exquisitos de las primeras vanguardias que han quedado relegados al papel de comparsas en las historias del arte. "Solitario y melancólico", según Leal, se ve que no era muy amante de las galerías. En el periodo de entreguerras tuvo como mecenas a un empresario checo que murió durante el holocausto, pero su primer contrato con un marchante lo firmó a los ochenta años. Tenía algo de eremita y tampoco se sentía cómodo formando parte de un movimiento, algo casi imprescindible para ser alguien en el París de las vanguardias. Con todo, en sus inicios se vio influido por el simbolismo de la Sezesión (estudió durante unos años en Viena) y ya desde París, en donde se instaló en 1896 hasta su muerte en 1957, tuvo contacto con diversos grupos de distintas generaciones que preconizaban sus mismos preceptos abstractos.
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