miércoles, 28 de marzo de 2012

Philip Guston la alegoría del absurdo

Philip Guston, Zone, 1953-54




Philip Guston (Montreal, Canadá, 1913 - Woodstock, EE.UU., 1980) ingresó con quince años en la Manual Arts High School de Los ángeles y en el Otis Art Institute, del que fue expulsado junto a Jackson Pollock y donde conocería a Musa Jane McKim, su esposa. A finales de 1934 viaja a México donde pinta un mural para el Palacio de Maximiliano en Morelia. Al año siguiente se instala en Nueva York y abraza el expresionismo abstracto. En 1968 su obra sufre un cambio radical y vuelve a la figuración inicial; en 1970 expone por primera vez en la Marlborough Gallery provocando fuertes reacciones entre críticos y artistas.


La mano del pintor, 1975. Óleo sobre lienzo



De una nube salen dos dedos enormes y trazan una línea. ¿Es la mano del Creador? Sí, pero parcialmente amputada. En las imágenes del último Guston se encuentran el humor absurdo y el pesimismo metafísico de Kafka o de Beckett. Hacia 1968, en un momento de crisis personal que coincidía con la crisis social de su país, Guston renunció al fin al enclaustramiento de la abstracción para iniciar su última aventura. Volvió a lo figurativo. Se puso a pintar los objetos más a mano, libros, zapatos, bombillas, con un trazo tosco inspirado en los cómics (sin relación con el uso que el Pop había hecho de ellos) y una factura jugosa. La primera exposición de esta obra tardía provocaría una reacción casi unánime de repulsa en la crítica. Sólo el retorno a la pintura a finales de los 70 rehabilitaría al viejo maestro; los postmodernos adoptarían a Guston como uno de sus mentores.


Son imágenes contundentes, que nos dejan K.O. Comparables, como dice Barañano, con las pinturas negras de la Quinta del Sordo. En su repertorio de objetos predomina lo abyecto (las piernas hirsutas, los zapatos de suelas claveteadas, los cubos de basura). Pero el aislamiento y la escala convierte estos objetos ínfimos en monumentos. Las imágenes recuerdan a los antiguos emblemas por la concisión expresiva y el gusto por lo enigmático. Como en los emblemas, además, parece prohibida aquí la figura humana entera y sólo se permiten sus miembros sueltos: la cabeza del pintor de perfil, con su único ojo de cíclope, la mano del pintor pintando o fumando, los brazos y piernas mutilados. Todos los cuadros giran en torno a la vida del artista, a su trabajo, a su mujer, Musa. Pero desde las anécdotas y las preocupaciones cotidianas se eleva una meditación alegórica. Meditación sobre la poesía y la pintura, sobre la vida y el arte. Meditación sobre la flaqueza de la carne, la enfermedad, la vejez, el triunfo del tiempo. Algunos de los cuadros podrían interpretarse incluso como una suerte de jeroglíficos de las postrimerías: la Muerte, el Juicio, el Infierno, ¿la Gloria? No, la Gloria no.


El Cultural

Guillermo SOLANA | Publicado el 12/12/2001




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