martes, 16 de octubre de 2012

Benjamín Palencia






Benjamín Palencia nace en 1894 en un pequeño pueblo de la provincia de Albacete, Barrax. Su deseo de aprender pintura lo llevan, en 1909, con tan sólo quince años de edad, a Madrid, pero se mantiene al margen de la formación académica y oficial.


Nunca quiso estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, principal foco de aprendizaje para numerosos artistas durante aquellos años, ya que la formación académica y tradicional que allí se impartía nada tenía que ver con su manera de entender el arte.


Asistió con asiduidad al Museo del Prado para contemplar las obras de los grandes maestros de la pintura española del siglo de oro: El Greco, Velázquez, Zurbarán, Goya, etc.
Tiene una visión personal y una forma de hacer particular. Se preocupa por lo formal y por explorar nuevos caminos pictóricos para conseguir un lenguaje propio. Desde que empieza a pintar, su arte es el reflejo de la vanguardia. Su evolución le permitió reflejar diversas tendencias, como el impresionismo, el cubismo, lo abstracto y el surrealismo.


En 1925 participa en la Exposición de Artistas Ibéricos en el Palacio del Retiro de Madrid. Los bodegones y las naturalezas muertas que Palencia realiza durante estos años muestran reminiscencias cubistas y una tendencia hacia la geometrización.
Al año siguiente, se traslada a París donde conoce a Picasso y Gargallo. Su estancia parisina le introduce en la técnica del collage, que aplicó más tarde a sus lienzos incorporando nuevos elementos matéricos como la arena y las cenizas. La esquematización de sus paisajes, temática preferida en su producción, absorbe rasgos cubistas y al final, se inclinan hacia la abstracción.


Es a partir de su estancia en París cuando su obra adquiere un tono surrealista, mostrando progresivamente una mayor libertad expresiva, que corresponde a su periodo de madurez. Abandona paulatinamente los bodegones y retoma el paisaje castellano realizando una magnífica síntesis entre tradición y vanguardia. Representa el paisaje con una estética próxima al surrealismo, a lo que se unirá una novedad, el empleo de materiales extraídos del propio paisaje, algo inusual hasta el momento.


Esto lo llevará a sus máximas consecuencias en la Escuela de Vallecas, fundada junto con escultor Alberto Sánchez en 1927. Estilísticamente se sitúan entre el postcubismo y el surrealismo naciente. Algunos ejemplos de su incursión surrealista son Composición prehistórica (1930), Paisaje verde (1931) o Formas prehistóricas (1933).


Durante la Guerra Civil, Palencia permanece en Madrid. Supone un periodo de crisis, como para otros artistas de espíritu renovador. En 1939 y 1940 su pintura da un giro bastante radical, abandona sus producciones cubistas y casi abstractas, e incluso los aspectos de carácter surrealista, en busca de un arte de fuerte impacto colorista, ligado a la pintura fauve. Las formas adquieren un mayor volumen, aumenta su preocupación por los aspectos lumínicos y por la intensidad del colorido, con una evidente violencia en su aplicación. El paisaje y la naturaleza protagonizan sus imágenes. 


En Bodegón y paisaje (1943) o en Cesta en el campo (1943), vemos como el paisaje es el motivo predominante. Aunque las figuras del bodegón ocupan el primer término, el paisaje se extiende detrás, con un fuerte cromatismo.
Centrando su trabajo en la pintura de paisaje, intenta reiniciar una segunda Escuela de Vallecas junto a Álvar Delgado, Carlos Pascual de Lara, Gregorio del Olmo, Enrique Núñez Casteló y Francisco San José. Sus cuadros y dibujos recogerán imágenes del campo castellano y de las figuras que en él se pueden encontrar, campesinos y animales, toros, caballos, cabras, etc. Su pintura pasa a convertirse en testimonio de lo rudo, de lo tosco y de lo rural, de lo sobrio castellano y de lo español.

Ref- El Arte de la Posguerra en España

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